lunes, 15 de junio de 2009

Cuando cae la Noche


     Pandorium (Segunda Parte)

Estaba cansado. Hacía varios meses que Thomas no dormía más de un par de horas por día, todo desde que había sellado su destino al comprar aquella caja en Roma. Era tarde y somo siempre que caía la noche Thomas se ponía en marcha. No podía dejar de correr. El cazador estaría ahí, acechándolo, esperando a que bajase su guardia para avalanzarse sobre él. No sabía mucho sobre él, solo un par de anotaciones sobre un libro que apenas recordaba, de sus años de universidad en su Lisboa natal. Guardó sus pertenencias en una mochila. Caía la noche y debía retomar su huída. En invierno era aún peor. Anochecía antes. Praga, junto al castillo. Dejaba la habitación de hotel sin que le hubiese dado tiempo a investigar un poco más una referencia que encontró en el cementerio judío. Quizás podría volver en un par de meses, pero ahora no. Ahora debía ponerse en marcha. Bajó al restaurante del hotel y comió en diez minutos. Un par de tragos de absenta le dieron el suficiente calor para salir a la calle. El invierno había mordido con dureza a Europa y ahora no quería retenerla tanto tiempo como le fuese posible. La calle estaba desierta. Cruzó rápidamente la ciudad hasta la estación de trenes. Esa noche tomaría tres, desde Praga hasta Munich con transbordos en Karlovy Vary y Nuremberg. Un largo viaje de once horas para poner más terreno entre él y el cazador. Para darse algo más de tiempo para encontrar ua solución. El tren estaba en el andén cuando llegó a la estación. Se sentó en el último vagón, en un compartimento solitario. Puso su equipaje sobre el estante que había sobre el asiento y se sentó algo más tranquilo. El viaje continuaba.

Lisboa puede ser un sitio agradable para vivir. Cerca del mar y a las orillas del Tajo. Lejos del frío del norte de Europa o de las lluvias de las islas Británicas. Si has sido estudiante en Lisboa conoces que bares del Barrio Alto abren hasta el amanecer o en que restaurantes puede comerse un buen bacalao junto a una copa de Douro. Todo sin que se pierda una gota de luz mientras el sol se sumerje donde el río y el mar se abrazan. Thomas estudió literatura portuguesa al amparo de una herencia familiar. Ésta le permitió alquilar un modesto apartamento en el barrio de Alfaro. Pessoa y Camoens llenaban su mesa de estudio. Cervantes, Shakespeare y Dante su mesita de noche. Allí conoció a Braulio y Joao, amigos de truculentas noches y cafés en el bar de la facultad. Con ellos se arrastraba desde el Barrio Alto hasta Alfaro a reposar todo el vino que un viernes podía dar de sí. Fue en uno de estos bares, bajo la voz omnipresente de Amalia Rodrigues donde conoció a Carmen Moreira. Ojos negros poderosos de los que se clavan en el alma. No era hermosa, su nariz aguileña estropeaba el conjunto de su cara, pero al mismo tiempo le resaltaba su mirada con una decisión inusual. Siempre llevaba el pelo suelto cayendo como una cascada sobre su espalda. Thomas se hechizó a la primera mirada mientras sonaba "Minha Boca Nao se Atreve" y ella lo supo. Thomas la invitó a un par de vinos y charlaron animadamente de viajes e historia. Él quería visitar Estados Unidos. Ella Francia y Alemania. Cursaba algunas asignaturas de literatura germánica e historia del arte y se ganaba la vida sirviendo en un restaurante de Belem. Los meses pasaron rápidos y él llegó a hacer de ese restaurante un punto de encuentro. A ella le gustaba su compañía. Thomas no le desagradaba. Alto y de ojos verdes. Rubio por herencia materna. Buen conversador. Pero, siempre hubo peros que Thomas no llegó a conocer. Quizás llegó a intuir, pero jamás llegó a conocer. 

Munich era una ciudad burguesa. Carecía de la atmósfera bohemia de Praga y de la explosión sociourbana de Berlín. Gente amable y buena música clásica. Todo negado para Thomas. Solo podría estar allí un par de días. Tres a lo sumo. Se dejó caer derrotado sobre la cama del hotel. Tenía un par de horas para descansar antes de que abriesen los archivos municipales. Se quedó dormido y se despertó sudando. Había tenido una pesadilla y en ella también lo perseguían. Durante la noche por el cazador y durante sus sueños por sus temores. Siempre huyendo. Se aseó rápidamente. Se miró al espejo. Había envejecido. Ya no era aquel muchacho que tomaba el sol en las playas de Faro. Su pelo empezaba a clarear en sus sienes sin que todavía hubiese cumplido cuarenta. Salió del hotel en dirección a los archivos del Alte Rauthaus. El funcionario del ayuntamiento se mostró hostil y reticente a dejarlo rebuscar entre los archivos de la ciudad, pero Thomas siempre se guardaba un par de trucos llegado el momento. Una gran parte de los archivos de la ciudad se habían conservado relativamente bien dado el ataque que sufrió esta durante la segunda guerra mundial. Cuando entró en la habitación donde se guardaban los archivos anteriores al siglo diecinueve no pudo evitar abatirse. Era una habitación poco más grande que el habitáculo de un autobús, con una gran cantidad de papeles, libros y carpetas desperdigados sin orden alguno por todas las mesas y estanterías. Iba a necesitar meses para encontrar cualquier pista que lo ayudase a librarse de su destino. Solo pudo invertir un par de horas en ordenar parte de los archivos antes de que el funcionario pasase a comunicarle que la hora de cierre había llegado. Fue a comer algo a un restaurante junto a la iglesia de Saint Michael. Pidió una Weissbier y un plato de Kartoffel Salad. Sacó un libro de Pessoa para no comer solo.

Fue Pessoa el culpable de que la duda se quedase a vivir con él. Fue Pessoa y no otro, no fue ni él, ni Carmen, solo Pessoa. Si Carmen no hubiese tenido aquel ensayo sobre Pessoa el no habría tenido que ir a su casa a ayudarla. Él a fin y al cabo solo era un aficionado con el tema que había hecho un par de trabajos sobre el poeta portugués por excelencia. Era una noche clara de las que la luna deja ver todo lo que no se ha ido a la cama. Se habían bebido entre los dos una botella de vino y andaban a risas entre el sillón y la mesa de la cocina, donde los apuntes de Thomas cubrían toda la mesa. Ella no dejaba de sonreir, a medias entre el vino y la noche. Él la deseaba y parecía el momento propicio. O no. Un par de veces ella le tocó la mano, pero la retiró como si de un accidente se tratase. Thomas no estaba seguro. No sabía si era una señal o un simple roce. Ella lo miraba fijamente a los ojos como esperando algo. Pero ese algo bien no podía ser Thomas. Se sentaron en el sillón y él se acercó a ella. Le sostuvo la mirada durante el instante que él la acarició. El instante se hizo eterno y el tiempo se paró hasta el momento que ella retiró su mano y Thomas no pudo sostener su mirada. Ella se levantó y le puso a Thomas un disco que le había enviado su tio desde Colorado. Se sirvió una copa y dejó que la noche pasase mientras escuchaban un grupo folk americano que cantaba una extraña canción sobre un cazador que no dormía y que olía a muerte. Que salía de su tumba para perseguir a su presa porque ésta había robado su alma y la llevaba en una caja de madera.

Thomas dejó la cerveza. Había recordado de donde había sacado información sobre el cazador. No era un libro. Era una canción, una canción de un grupo del que no conocía ni su nombre ni su origen, solo sabía que lo había escuchado en casa de Carmen la fatídica noche que sembró la duda de que quizás si la hubiese intentado besar las cosas hubiesen sido distintas. Tal y como estaban las cosas solo podía elegir entre los fantasmas del pasado o los muertos del presente. Esa misma tarde compró un billete de tren hacia Lisboa.

miércoles, 10 de junio de 2009

Un Nuevo Portador


Pandorium (Primera Parte)

    Saboreaba el oporto con los ojos cerrados. Entre vino y licor, con aromas de cereza y madera, se dejaba saborear como una cascada de recuerdos. La música aislaba otros ruídos de la mente de Thomas. La Premiata Forneria Marconi se alternaba con Maxophone y Quella Vecchia Locanda. Violines y guitarras eléctricas servían de cortina en un bar perdido del barrio de Trastevere. Todo eso mientras Thomas esperaba pacientemente junto a un oporto. Abrió los ojos en aquel lugar oscuro y lleno de humo. El bar estaba lleno de recortes de periódico con esquelas. Al fondo la camarera hablaba animadamente con un tipo calvo de brazos tatuados. Thomas sacó un reloj de cuerda de su bolsillo. Su acompañante se retrasaba. Volvió a cerrar los ojos para saborear el oporto mientras se dejaba llevar por la voz de Roselli. Lisboa acudió a su mente llena de luz. La Praca do Comercio y el mercadillo de los domingos se comenzaron a volverse sólidos en el humo de la habitación. Vovió a abrir los ojos justo en el instante que su acompañante se acercaba a su mesa. Vestía con vaqueros y una camiseta blanca de mangas anchas. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo. Parecía cansada. Se sentó frente a él con una Moretti recien sacada de la nevera. Se disculpó por su retraso y sacó de uno de sus bolsillos una pequeña caja de madera. "Cinco mil", dijo. Thomas miró la caja. Sabía que su contenido bien valía esos cinco mil, pero que el precio a su vida también se multiplicaría por esa cifra. Esa era esa clase de acción arriesgada que sus enemigos habían estado esperando para cazarlo. Thomas cortó su hilo de pensamiento y sacó del bolsillo un sobre blanco, sin ninguna otra marca. Anónimo y con la cifra en cuestión en billetes de doscientos. Su acompañante tomó el sobre y le dio a cambio la caja de madera. Se levantó y sin mediar ninguna palabra más se encaminó hacia la salida con la Moretti en su mano izquierda. Thomas quiso abrir la caja, pero en un lugar público podía ser peligroso de manera que refrenó su curiosidad. Acabó el oporto de un sorbo y salió del bar.  
    
  La calle estaba desierta, solo un gato rebuscando en un cubo de basura rompía el silencio nocturno. Caminó en dirección al hotel con su mano derecha apretando la caja oculta en el bolsillo, con grandes pasos, temeroso de un asalto o algo peor. Escuchó como arrancaba un coche al fondo de la calle mientras sus faros barrían la oscuridad. Thomas se pegó a a pared mientras intentaba pasar desapercibido en un portal. El coche pasó sin que ocurriese nada extraordinario. Thomas retomó su paso en dirección al hotel. Sentía la presencia de la caja en su mano derecha como un faro en mitad de la noche. Fue entonces cuando escuchó un fuerte ruído a su espalda. Como si algun objecto pesado hubiese caído desde el tejado de algun edifico cercano. Miró hacia atrás y no pudo ver nada. Aceleró su paso hasta que un fuerte olor lo detuvo en seco. Olía a muerte y a putrefacción. EL olor dulzón de un cuerpo en descomposición arañó su estómago provocándole arcadas, pero el miedo fue más fuerte. Empezó a correr. Ahora sabía que estaba ahí. Él era la presa de un cazador que portaba la pestilencia de mil cadáveres. Vino a su mente lo poco que había leído sobre la caja de madera. Él era ahora su portador. Él era ahora su víctima y ésta había comenzado su canto a través del tiempo hasta los oídos del cazador. El cazador la había escuchado y fiel a su promesa había comenzado su caza. La caza de Thomas Figueira. 

martes, 9 de junio de 2009

Cuestiones Escatológicas


Sé de buena fe, que los estudios de Alberto Antúnez supusieron un antes y un después en la literatura de cuarto de baño. Mi querido maestro, que en paz descanse, dedicó su vida a la observación, análisis y deducción de que leía la gente en los aseos mientras evacuaba los desechos de la digestión. Su talento comenzó a revelarse en su más tierna infancia, cuando interrumpía tan íntimos momentos a sus progenitores. Su padre, harto de interrupciones tuvo que poner un pestillo en la puerta del baño. Pero la curiosidad del benjamín de la familia no se amedrentó con ello, y se dedicaba a espiar por la cerradura de la puerta. Él mismo, en su afán de compresión intentaba imitar a su padre y miraba las etiquetas de los geles de baño sin ningún resultado. Todavía no sabía leer. 

En su adolescencia olvidó tan notable inquietud, dejando paso a las preocupaciones de todo joven. Las mujeres, aquellos seres extraños venidos de otra galaxia para regocijarse en el rechazo que mostraban al tierno Antúnez. Debíamos de decir a su favor que era una buena persona, y nada más. Ni atractivo, ni divertido, mal conversador y con ciertos ataques de timidez que a veces le merecieron su ingreso en la Sociedad de Jugadores Autistas de Cinquillo. Quizás fueron todas estas las razones por la cual se decidió por las letras. Cursó sus estudios en la Universidad de Málaga al amparo de su pasión por Quevedo y Cervantes. No fue un estudiante brillante, pero a veces la suerte sonríe como una estúpida a cualquiera que pase por delante de su puerta. En esta caso la suerte en cuestión se llamaba Doña Aurora Guttemberg, catedrática de literatura íntimosocial. Una disciplina tan olvidada para todos como la profesora que la impartía, salvo para Antúnez. Doña Cascada, como también era llamada en los ambientes más festivos de la Universidad, se encariñó con Alberto. A sus casi setenta años, su corazoncito medio germano, medio español se compadeció de la mirada bizca de mi maestro hasta el punto que le ofreció una tesis doctoral en aquello que considerase Alberto de su interés. Dicha decisión pasó tan desapercibida como sus actores, pero fue la acción que cambió la vida del futuro doctor Antúnez. 

Antes de proseguir con este artículo de aquel que me ha enseñado todo, he de aclarar que la literatura íntimosocial engloba todos aquellos estudios de literatura desarrollados en la intimidad del seno de la sociedad, sin que sea compartida por nadie salvo por aquellos que pasan en determinado momento por el lugar adecuado. Véase como ejemplo los sonetos que Lope de Vega escribió en una noche de borrachera en la pata de la mesa junto a la que cayó semiincosciente, o bien las notables palabras que han dado la vuelta a todos las puertas de los retretes públicos del mundo hispanohablante "No has de tener de problemas de corazón, mientras el mojón sea duro y con razón". He de decir con orgullo que también fue también mi maestro quien logró descubrir al autor de tan sabias palabras, si bien prometió no revelar a nadie su nombre.     

Pero volviendo a los años de tesinando de mi maestro, he de contar que fue aquí donde logró sacar su pasión oculta. La pregunta que había estado rondando por su cabeza desde antes incluso que aprendiese a leer: "¿Qué lee la gente cuando se halla excretando?". Junto a estas preguntas surgieron otras como "¿Es el cuarto de baño el que inspira a leer o es el proceso de evacuación?" o "¿Leen lo mismo hombres y mujeres, finlandeses y españoles, ricos y pobres?". Con esta Los estudios fueron realizados en varias ciudades europeas, incluídas Madrid, Estocolmo y Helsinski. Tras varios años de análisis de encuestas se llegó a varias importantes conclusiones, como que el producto más leído durante tan escatológico acto eran las etiquetas de los geles de baño, seguidos de los champús y las locciones corporales sin que ninguno de los más acérrimos lectores hubiese llegado a saber nunca que era el lauril sulfato sódico. Un amplio sector de la población también se decantaba por el periódico, preferentemente el suplemento semanal, a ser posible de izquierdas o centro izquierda. En algunos casos se encontraban revistas de contenidos diversos desde moda a cocina. En ciertos sondeos también se encontraron algunas revistas pornográficas, si bien estas puediesen relacionarse con otro tipo de actos de origen menos fecal. Finalmente un porcentaje muy pequeño de la población se decantaba por el libro o la novela corta, siendo los autores preferidos Sócrates, Platón y Paulo Coelho. En ningún caso se encontró libros de temática religiosa a excepción de un taxista de Nápoles que cuando sufría de estreñimiento se torturaba con los pasajes del Apocalipsis.

Todos estos temas quedaron recogidos en la tesis titulada, "Estudio sobre las Preferencias Literarias en el Acto Íntimo de la Excrección Fecal". Esta fue editada años más tarde en formato de bolsillo junto a otros escritos del Dr. Antúnez y distribuídas por varios países en un intento de culturizar a ciertos sectores de la población. Fue un fracaso, de manera que en una idea sin precedentes se procedió a la fragmentación del manuscrito en pequeños pasajes que fueron insertados en las etiquetas de geles de baño, champús y locciones corporales. Siguió siendo un fracaso a excepción del siguiente pasaje escrito poco momentos antes del fallecimiento del Dr. Antúnez.

"Nota a pie de página: El lauril sulfato sódico es un tensoactivo iónico usado en productos de higiene personal".

viernes, 22 de mayo de 2009

Semilla, Flor y Fruto


  No sé en que momento decidí hacer a Guille partícipe de mi afición por la jardinería. En casa siempre hemos tenido plantas, sobre todo recuerdo que en el patio de la casa de mi madre había un enorme jazmín que era el orgullo de mi progenitora. Todas las noches de verano inundaba la casa con su olor. Además del jazmín tenía toda la pared llena de maceteros de cerámica con grandes geranios rojos, y al lado de la puerta crecía un granado que todas las primaveras echaba montones de flores anaranjadas. Al terminar las clases ayudaba a mi madre a regar todas las plantas del patio. Ella me explicaba pacientemente como debía cuidarlas. Mi padre decía que encantaba a las plantas con su voz para que éstas creciesen con salud y esplendor. 

  Durante los años en los que estuve en la universidad siempre tuve alguna planta en mi habitación. Tuve un poto que me acompañó en más de una noche junto a las obras de Quevedo, Góngora o Espronceda. También tuve un clavel al que me gustaba leerle algo de Cervantes la noche de los lunes. Ya fuese sugestión o magia agraria, el clavel crecía fuerte y me daba flores varias veces por año. Fue uno de estos claveles el que me ayudó a seducir a Marta tal y como me aconsejó mi padre. También los utilicé en alguna ocasión en la que un olvido, una mirada de reproche o una voz más alta que otra complicaba nuestra relación.

  Tras varios años de saltando de un piso de alquiler a otro, al principio solo, y años más tarde con Marta, logramos encontrar una casa con un pequeño jardín a las afueras de la ciudad. El jardín estaba lleno de malas hierbas y probablemente era el hogar de alguna serpiente asustadiza, pero fue lo que me convenció de la casa. Marta tuvo que convencerse con algunas noches de charla con mi madre. Compramos la casa encadenándonos de por vida al pago de una hipoteca. Los primeros fines de semana los dediqué a limpiar el jardín. Dejé un escuálido olivo en una de las esquinas del jardín. A juzgar por su tronco nudoso éste se debió plantar antes de la construcción de la casa. Arrancarlo tal y como me sugirió la vendedora de la inmobiliaria me pareció un crimen, así que lo podé y lo aboné y poco a poco fue recuperando un aspecto más saludable. Junto a la entrada planté varias margaritas que daban flores amarillas, blancas y violetas. Marta me convenció para que plantase algunos rosales junto al camino. Bajo las ventanas planté geranios y en la parte más alejada de la casa, un jazmín y un naranjo, para que insuflasen al aire recuerdos de la infancia.

   Cuando nació Guille planté un aguacate para que creciese a su par aunque siempre ha sido más alto que él. Guille es un niño de mente inquieta, con una cadena de porqués esperando a saltar fuera de su boca. Cuando cuidaba el jardín siempre me seguía de un lugar a otro preguntando por el nombre de las plantas o el porqué de que algunas plantas fuesen más verdes que otras. Alguna vez se destrozó sus manitas intentando cojer alguna rosa, así que Marta optó por ponerle una valla a los rosales. Ahora resulta casi milagroso ver alguna margarita en la planta y no en vasos de agua en casa. Al principio me mostré reticiente a que Guille me ayudase a cuidar las plantas pero poco a poco sus ojitos y la insitencia de Marta me convencieron. El día que apareció con una pequeña regadera de lata el deber fue ineludible, así que me resigné y dejé que Guille torturase a las plantas. Sorprendentemente se mostró paciente y aprendió rápidamente los cuidados básicos. Ayer estuvimos plantando menta junto al grifo del jardín y esta mañana lo he visto hablando con las semillas. Creo que les contaba cuentos para despertar.

martes, 19 de mayo de 2009

Domingos por la Mañana


   Los domingos por la mañana me gustaba mirar por la ventana como los gatos, observando a la gente que espera en la parada de autobus que hay frente a mi casa. Preparaba el café lentamente dejando que el olor de éste impregnase toda la casa. Movía la butaca junto a la ventana y me sentaba el ella mientras dejaba el café en una mesita adyacente. Entonces tomaba un sorbo de café y me preparaba a mirar. Me relajaba y dejaba que el paisaje me llevase.

   Lo primero que imaginaba era como el sol calentaba la calle y como las personas caminaban por ésta una mañana de invierno. Casi todo el mundo ignoraba esta sensación pero de vez en cuando veía alguien en la parada de autobus que miraba al cielo, cerraba los ojos y dejaba que los rayos de luz calentasen su cara. Entonces sonreía y pensaba que durante unos breves instantes esa persona había sido feliz. Quizás el calor momentáneo había traído algún recuerdo como cuando un amor correspondido te mira a los ojos. Quizás fuese la misma sensación. Todavía recuerdo esa sensación, cuando estábamos sentados en aquel sillón en casa de unos amigos y me mirastes en silencio. Durante no más de un segundo sentí el calor en mi cara, como el sol que calienta una mañana de invierno. Y fuí feliz. El pasar de los años no deslucía ese recuerdo y de vez en cuando aparecía como una estrella fugaz mientras miraba por la ventana. Con una sonrisa tomaba otro sorbo de café, algo más amargo y tibio que el primero.

   Imaginaba entonces que sopla el viento. Un viento frío una soleada mañana de otoño. La gente que esperaba junto a la parada de autobus subía la cremallera de sus abrigos, volvía a colocar las bufandas como escudos frente al frío o se acurrucaba junto a su acompañante esperando compartir algo de calor. Casi todo el mundo ponía la misma cara de desagrado exceptuando algún resignado que simplemente volvía a mirar en la dirección de la que provienía el autobus. Alguna vez veía a alguna persona que frente a la estocada del viento gélido parecía sentir dolor, como el de una persona que se enfrenta a una ruptura y ve ante sí la soledad. Buscaba en sí mismo el calor que no podía obtener hasta que finalmente dejaba que el viento se llevase el poco calor acumulado por un sol que no calentaba. En esos momentos invocaba a mis fantasmas para sentir su soplo. Éstos se llevaban mi calor con la añoranza y la soledad de estos días que pasaban junto a tu ausencia. Echaba de menos esas vacaciones que junto al mar, nos dedicábamos a escuchar las olas mientras te abrazaba y el sol se ocultaba en el horizonte. Pienso en los juegos que compartíamos desnudos en la cama hasta que sentía el frío de los cientos de noches que había dormido solo. Y es entonces, y solo entonces, cuando apartaba la mirada de la calle y volvía a tomar otro sorbo de café. 

   Saboreaba el café ya frío, pero que había guardado en su poso parte del azúcar que no había encontrado en los tres primeros sorbos. Dulce y frío. Con estas dos sensaciones contradictorias volvía a mirar por la ventana. Veía que acababa de pasar el autobus y que no había gente en la parada. Imaginaba entonces como sería la próxima persona que esperaría el autobus. Si le tocaría esperar un día en el que el sol calienta o bien si se tendría que calar bien el abrigo para aguantar el viento helado. Decidía entonces que en secreto me citaría con ese desconocido. El próximo domingo durante la hora del café. En el mismo sitio que parecía tan buen lugar como cualquier otro para compartir los recuerdos de un viejo. 

martes, 12 de mayo de 2009

Tiempo para la Cólera

 
   Pablo pasó toda la tarde aburrido intentado sacar algo de partido al videojuego con el que llevaba jugando más de dos meses. No había nada mejor que hacer. No le quedaba mucho dinero así que intentaba distraerse con lo que tenía a mano. Arreglando algunas cosas de casa o paseando hasta la oficia de empleo. Cualquier cosa era buena cuando no había trabajo. Manoli, su novia, era la que ganaba suficiente dinero para tener algo que llevarse a la boca. Entre la hipoteca y el coche no había por donde cojer las cuentas a final de mes, pero aun así con un pequeño esfuerzo, un remiendo aquí y un puchero allá iban tirando. Pablo se acordaba de las historias de postguerra que le contaba su abuela. Cuando tenían que hacer los pucheros y las sopas con lo que tenían a mano. Si su abuela levantase la cabeza vería que sin haber tenido ninguna guerra, ellos también habían tenido que acudir a las viejas recetas.

   Pablo perdió su trabajo hacía ya más de un año. Los primeros meses fue tirando con el subsidio del desempleo, pero éste no duró mucho. Entonces comenzó la cadena de arrepentimientos. Pensaba en que no debía haber comprado aquello o no haber gastado en aquellas vacaciones. Todo era válido para echarse la culpa a sí mismo de su condición. Su condición de parado, de leproso laboral y de lamprea económica de su pareja. Manoli intentaba animarlo diciéndole que no se lo tomase todo tan a pecho, que las cosas se solucionarían tarde o temprano y que mientras tanto, bueno, a apretarse el cinturón y a recuperar los viejos trucos para las épocas de penurias. Todo muro resiste el embate de las olas hasta que un día comienza a agrietarse. Lo mismo le pasó a Pablo. A la fase de culpa le siguó la de desengaño. Se sentía engañado por la sociedad, por el mundo que le habían vendido. Tenían un coche que casi no podían pagar, que había visto un día tras otro en los anuncios de televisión. Al principio le llamaba la atención la fuerza que transmitía el anuncio. Potencia, energía y control. Palabras que el quería en su vida y que el anuncio le exponía varias veces al día, cientos de veces a la semana, miles de veces al mes, hasta que Pablo convenció a Manoli que ese era el coche que necesitaban. Era un poco caro, pero ya lo decía el anuncio, con una pequeña financiación y en tan solo ocho años era tuyo. Y ahí estaban con seis años por delante para seguir disfrutando de la potencia, la energía, el control, y como decía su madre, las letras. Pensó en venderlo pero había coches similares con precios inferiores a lo que les quedaba por pagar, así que no había vuelta atrás. Seis años de condenados a pagar el maldito coche. 

   El tema de la casa fue bien distinto. Necesitaban una casa. Pablo y Manoli llevaban más de diez años juntos, viviendo en casa de sus padres. Pablo compartía una habitación con su hermano Ernesto, que afortunadamente se buscaba otras aficiones los días que sus padres no estaban en casa. Por eso de que Pablo y Manoli pudiesen estar solos un par de horas. En el caso de Manoli no había espacio a la intimidad. Compartía el cuarto con su abuela, que quedaba exenta de aficiones para que la pareja tuviese su intimidad por falta de movilidad. Los años de adolescencia se aguantaban como podían, pero al cumplir los treinta, la cosa se hizo insoportable así que se lanzaron al piso con el aval de la abuela de Manoli y los padres de Pablo. El piso no era gran cosa, dos habitaciones, un salón, una cocina y un cuarto de baño. Nada ostentoso. En principio querían uno de una habitación pero el de la inmobiliaria los convenció para que se lanzasen por uno de dos. Al fin y al cabo no era mucho más dinero, sólo tres años más de hipoteca, y ya puestos ¿qué eran tres años más?. Tres años más de intereses y de usura escondida en brillantes sucursales. Así que después de una hora salieron de la inmobiliaria con todos la documentación firmada. Eran dueños de una flamante hipoteca de treinta y tres años. Después de firmar la hipoteca decidieron que dejarían el tema de la boda para más adelante, para cuando las cuentas hubiesen tomado una bocanada de aire. Al fin y al cabo, como dijo su amiga Gloria, las hipotecas unen más que el matrimonio.

   A todos estos pensamientos acudía Pablo en su aburrimiento. En la soledad del tiempo libre impuesto por el recorte de personal de su empresa. Se sentía engañado, frustrado, acabado y timado. Y entonces ocurrió. La idea le llegó mientras jugaba al mismo videojuego de todas las tardes. La idea para acabar con todo, para vengarse del mundo y no volver a sentirse engañado y estafado. Encendió el ordenador y consultó un par de noticias por la red. Allí estaban, esperándolo a él, esperándose a sí mismos, esperando en las colas de las oficinas de empleo. Un veinte por ciento de la población, aburridos, estafados, enfurecidos y con ganas de sangre. Sin nada que perder pues los bancos eran dueños de todo lo que tenían. Era tiempo de sacar a relucir las viejas recetas. Toda revolución está formada a partes iguales por un gran porcentaje de población descontenta, un par de líderes carismáticos y un medio de comunicación eficiente. Pablo terminó de escribir su correo electrónico cinco minutos antes de que Manoli llegase a casa. 

   El cinco de octubre del año dos mil diez, todos los periódicos nacionales recogían la noticia. Más de un millón de manifestantes se habían apoderado de la capital. El ejército no estaba dispuesto a enfrentarse a toda la vorágine furiosa. El sueldo no merecía tal peligro. La mayoría de los soldados coincidían en ello y los altos mandos no querían comprobarlo. Más de veinte surcusales bancarias ardían víctimas como causa de la rabia acumulada durante un par de años. Otras veinte iba por el mismo camino sin que se supiese cuando pararía todo. Pablo, al igual que otros manifestantes daba rienda suelta a toda la rabia acumulada durante años, sin saber que su correo había sido el detonante de la explosión. 

   Todo esto ocurría mientras en otro lugar del mundo los directivos de una empresa de diseño de videojuegos se daban la enhorabuena. Su último videojuego "Tiempo para la Cólera" había sido un éxito. La inestabilidad política en el país de su principal competidor le daba la oportunidad de hacerse con el mercado mundial. 

viernes, 8 de mayo de 2009

La Araña


  Allí estaba, en el cuarto de baño encima del retrete, al acecho esperando una pobre mosca o alguna polilla distraída. No era muy grande, no más grande que una moneda de un dólar. Tenía el cuerpo alargado con forma de violín. Era de color negro. Por lo demás era igual que otras arañas, con ocho patas y supongo que con ocho ojos mirando todo lo que entraba y salía de la habitación. Oriné con un poco de reparo. La imaginación es un poderoso enemigo en estos casos, y no me hacía ninguna gracia que saltase encima o vaya usted a saber durante el acto de evacuación líquida. Así que me dediqué a mirarla, a vigilarla mientras terminaba.

  A la mañana siguiente había desaparecido, así que me duché con tranquilidad. Pensé que en algún momento se debió de marchar en busca de terrenos más propicios de caza. Al volver del trabajo le comenté el hecho a mi mujer que me dijo que si la veía de nuevo solo tenía que tomar una zapatilla y aplastarla. Así de simple y efectivo. A mi me parecía un poco cruel. Nunca me había gustado las arañas e incluso he declarar en mi contra que poseía una ligera aracnofobia que me hacía saltar como una quinceañera cada vez que una se posaba en mi espalda, pero de ahí a matar un ser vivo por el mero acto del miedo me parecía excesivo. Con estas divagaciones me fui a la cama.

  A mitad de la noche me levanté para beber agua e ir al cuarto de baño y allí estaba de nuevo. En el mismo sitio, sobre el retrete. Conforme me movía en la habitación pude contemplar con horror como ésta me seguía, cambiando su posición para tenerme siempre a la vista. Fui por una zapatilla tal y como me había dicho mi mujer pero desistí convencido de que se iría en algún momento. Una hora más tarde y rozando las cuatro de la mañana pude entrar en el cuarto de baño y orinar con cierta inquietud. Que no la viese no significaba que no estuviese allí. Al día siguiente preferí no decirle nada a mi mujer, a sabiendas de que me miraría con la misma cara de estupefacción  que utilizaba cuando hacía alguna tontería. Durante el desayuno estuve consultando en la red que tipo de arañas tenían esa forma y descubrí con preocupación que podía tratarse de dos especies distintas físicamente muy parecidas. Una de ellas era un tipo de araña común de Norteamérica, de hábitos nocturnos y con un tiempo de vida medio de año y medio. La otra era un tipo menos común, también se encontraba distribuída por la franja norteamericana que separaba los Grandes Lagos del océano Atlántico. Ésta tenía la particularidad de que tenía un potente veneno que si bien no era mortal, necrosaba el área de la picadura. En otras palabras, que matar no mataba pero el veneno pudría literalmente toda la carne con la que estaba en contacto. Las fotos no eran más esperanzadoras. Se veían manchas pulposas y ennegrecidas alla donde antes estaba la mano. El autor de la información decía que no obstante era fácil diferenciarlas, la inofensiva poseía ocho ojos, la peligrosa seis. Se me antojó que tal diferenciación no debía ser tan fácil como decía el autor, ya que no me veía de madrugada encaramado entre el retrete y el lavabo contando los ojos de una araña potencialmente peligrosa, todo mientras mi mujer dormía en la habitación adyacente roncando como un animal de granja.

   Esa noche volvió a aparecer. Esta vez en el quicio de la puerta, esperando a otro pobre insecto o en su defecto a un escritor hipocondríaco. Intenté contar el número de ojos que poseía desde una distancia segura como podía ser desde la puerta del dormitorio. No había manera. A duras penas podía distinguir las ocho patas. Así que se me ocurrió tomar una instantánea con la cámara de fotos digital y una vez en el ordenador ampliarla para contar tranquilamente el número de ojos que poseía. Casi desperté a mi mujer en el acto de buscar la cámara y tomar las fotos pero finalmente tuve una docena de ellas que pasar al ordenador. Por desgracia el sonido del inicio de "Windows" despertó a mi mujer, que me gritó desde la cama que dejase de hacer tonterías y volviese a la cama. Resignado volví prometiéndome que volvería a la mañana siguiente para aclarar la duda de una vez por todas.

   Endendí el ordenador tras el desayuno,  mientras mi mujer se duchaba y pasé todas las fotos al ordenador. Al ampliar las fotos descubrí que estaban borrosas. Todas estaban borrosas y en ninguna contarse cuantos ojos tenía la araña. Pasé todo el día preocupado, creía haber contado seis ojos pero no estaba seguro, así que volví a esperar hasta que la hora de caza. No pegué ojo hasta entonces. A las dos de la mañana me levanté sigilosamente y fui hasta el cuarto de baño. Allí estaba. Me acerqué poco a poco, temeroso de que saltase. Se movió, primero lentamente y luego con más rapidez hasta situarse frente a mi. Sentí como me observaba preparada para atacar si era necesario. De pronto el silencio quedó roto por la voz de mi mujer, "Coño Paco no te he dicho que matases a la puta araña y dejases de hacer el idiota". Sin mediar más palabras se descalzó y de un rápido movimiento la aplastó.

   En cuanto se volvió a quedar dormida cogí su zapatilla y me fui hasta la cocina. Con una lupa intenté contar los ojos en el cadáver aplastado, pero era imposible. Volví a la cama frustrado mientras sabía que siempre me quedaría la duda de si tenía o no seis ojos, y lo que era peor, si habría dejado alguna descendencia con instintos vengativos.

jueves, 7 de mayo de 2009

La Cena de los Viernes a Final de Mes


  Ella era de las duras y él de los difíciles. Extraña pareja. Los conocí harán ya un par de años. Estaba tomando una cerveza con Nuria en la plaza de España cuando se presentaron. Nuria y él se conocían, eran antiguos compañeros de clase. Los invitamos a que se sentasen con nosotros. Hacía un clima muy agradable. Una brisa marina suavizaba el calor veraniego. Pidieron un par de cañas y comenzaron a ponerse al día. Aburrido abordé a su acompañante preguntándole a que se dedicaba. Ella me dijo que se dedicaba a perder el tiempo escribiendo cuentos para niños, pero que entre cuento y cuento, digamos que de ocho a tres, repartía el correo por el barrio. Tímidamente le dije que yo tenía una librería. La herederé de mi padre cuando éste se jubiló. Le conté había estudiado filosofía pero como las cosas estaban tan difíciles, terminé por continuar el negocio familiar. 

  Esto debió de despertar su interés pues dos semanas más tarde apareció por la librería. Le buscaba un regalo. Fácil de leer, ameno y no muy grande. Quería que él lo disfrutase en los trayectos en metro desde su casa al trabajo. Hice un repaso de género, de aventuras a drama y de novela histórica a ciencia ficción. Se decantó por "Balzac y la Joven Costurera China". De paso ella se llevó "Los Premios" de Cortázar. Estuvimos hablando un rato de libros. Me contó que llevaba años buscando un libro de un escritor sudamericano que escribió un cuento de ranas que cantaban a ritmo de jazz. En aquel momento le sonó el móvil y se despidió diciendo que ya nos veríamos. Estuve toda la tarde pensando en que libro sería ese. Trabajar en una librería facilita las cosas, y más si era verano y no había mucha gente en la ciudad. Pero no pude encontrar nada parecido. Vendí un ejemplar de bolsillo de "Un Tranvía en SP" a un chico con la cara llena de acné y poco más. El resto de la tarde estuve leyendo "Robison Crusoe". Todos los veranos lo releía mientras soñaba con irme de vacaciones a una isla desierta. 

  Volví a saber de ellos una semana más tarde. Nuria recibió un correo electrónico en el que nos invitaban a cenar. Pasó a recojerme por la librería y fuímos por el paseo marítimo hasta su casa. Mientras caminábamos me estuvo contando que los conocía desde los primeros años de la carrera, en especial a él, con el que compartió más de una noche de estudio en la terraza de sus padres. Él y ella tuvieron a Bernardo en común durante mucho tiempo, tanto que cuando éste desapareció creo un gran vacío que jamás se ha llenado. Ella perdió a su hermano. Él a su mejor amigo. No volvieron a ser los mismos. Nadie supo cuando empezó su relación pero Nuria me contó que pasaban mucho tiempo juntos recordando a Bernardo, viendo sus fotos o leyendo los poemas que escribió. Tras varios meses en los que la tristeza se convirtió en depresión la familia de Bernardo decidió mandar a su hija con sus abuelos maternos. Pensaban que un cambio de aires le haría bien pero ella no se dejaba ayudar. Se llevó consigo las fotos y todas las tardes les leía algún cuento que ella misma escribía. Y sin embargo en todo ese tiempo nadie la vio ni llorar ni sonreír. Él fue a buscarla cuando terminó el curso. Me dijo Nuria que no soportaba estar solo y que tenía cambios de humor repentino. Sus lágrimas florecían con demasiada facilidad y reía sin control, como los locos, sin que nadie pudiese entenderlo ni siquiera él. 

  La cena fue bien. Él me agradeció la elección del libro y estuvimos hablando sobre algunos autores como Orhan Pamuk o Günter Grass. Nuria y ella estuvieron hablando de la casa y del trabajo. Pasamos una velada muy agradable que hemos ido repitiendo muchos viernes a final de mes y sin embargo todavía hoy no puedo recordar ningún momento en los que viese, a ella sonreír y a él, reír sin agonía.

lunes, 4 de mayo de 2009

Ley de la Simplicidad


  La Iniciativa de Kuk Seldon (Séptima parte y epílogo)

  "Cuando un sistema que deja de cumplir las condiciones para considerarse un sistema complejo abstracto, deja de poder predecirse su comportamiento. Su comportamiento puede afectar de otros sistemas complejos por una simple ley de acción y reacción dentro de la incertidumbre que el mismo genera".

   Siempre se ha dicho que la historia la escriben los vencedores, pero en el caso de la historia de Seldon, una gran parte de ella permenece oculta y enterrada por la leyenda. Fue en Costa Rica, en un exilio forzado con su familia donde encontró una salida al desequilibrio que habían creado las leyes de Kuk en el mundo. Asumía su culpa, a pesar que la mala utilización de dichas leyes provenía de otras personas. El mundo no debía seguir soportando la carga de unos pocos.

  Los pocos documentos escritos que se conservan hacen pensar que Seldon encontró la solución al problema entre las conversaciones que tuvo con Gabriel Rice. Las leyes de Seldon no pudieron aplicarse a los estudios sociales, hasta la intervención de Kalinowski en el sistema económico. No obstante la acción de Seldon volvió a cambiar esto. Tricia lo definió años más tarde como el último don que Seldon dejó al mundo, el del libre albeldrío lejos de las leyes que él mismo había creado. Kalinowski no llegó a hacer ninguna declaración. Los movimientos sociales que desencadenó la acción de Seldon empujaron a algunos alborotadores a atacar las sedes de la empresa de Kalinowski acabando con su vida en los meses siguientes al discurso de Seldon en Times Square.

  Era una mañana de octubre del año 2039. Los árboles empezaban a mudar color de sus hojas y desde el avión los bosques de que rodeaban Nueva York eran una alfombra tejida con rojos, amarillos y ocres. Seldon estaba bastante tranquilo. Una hora antes de que su vuelo aterrizase en el aeropuerto JFK bromeaba con su compañero de asiento sobre el tiempo que haría esa tarde para su discurso. Lo consultó en una base de datos que años antes había creado. Sol, con ligeras rachas de viento. Temperaturas en torno a los quince grados centígrados. En el aeropuerto lo esperaba Roger McKenzie, uno de los principales asesores de la cadena de televisión CNN. Todo estaba organizado para que diese un discurso desde Times Square, dentro de un programa organizado por la CNN por un mundo más sostenible. Al contrario que en el discurso de los premios Nobel, Seldon estaba bastante tranquilo. Subió al escenario con paso resuelto, miro al cielo y comenzó su discurso que había estado escribiendo durante más de seis meses. Todo estaba planeado, él era la última variable de la ecuación con ese discurso y con su acción ejemplar. Habló del ecosistema y de la explotación de éste y de como la comercialización de los ecosistemas a través de las empresas no era la solución. Habló de como las compañías explotaban a los trabajadores y como éstos se hallaban sutilmente drogados en por el consumo. De como la sociedad se iba separando cada vez más en estratos económicos, de como se perdían los valores y la cultura. Habló del futuro que les deparaba. Millones de personas estaban viendo el discurso a través de las redes de televisión e internet, pero lo miraban anestesiados, como el que ve una guerra por televisión y ve que los muertos, la sangre y las mutilaciones son irreales. Entonces Seldon golpeó con el bastón de la realidad. Tomó veinte nombres al azar, y les describió que estaban haciendo, que estaban pensando, que habían hecho ayer y que harían después del discurso. "Las leyes de Kuk repararían lo que las leyes de Kuk torcieron", dijo. Entonces sacó de su bolsillo una píldora verde y un libro. Dio las gracias a su familia y a sus amigos por haber compartido su vida con él, y se tomó la píldora mientras leía delante de las cámaras los primeros párrafos de 1984.

   El suicidio de Seldon abrió la caja de Pandora. El presidente Shaffner intentó hacer caso omiso a los movimientos sociales que empezaron a gestarse tras el discurso de Seldon. Tal y como dijo Seldon, pues fue uno de los veinte elegidos en su discurso. A la oposición le resultó realmente fácil acabar con el presidente, ya que conocían todos y cada uno de sus movimientos. Shaffner presentó su renuncia a finales de ese mismo año. Kalinowski todavía aturdido por los hechos empezó a ver como el sistema empezaba a presentar ciertas singularidades que hacían imposible predecir los siguientes movimientos económicos. Unos de sus socios, Gregory Smithson, tal y como predijo Seldon, le retiró su apoyo una semana antes de que el Movimiento de Sostenibilidad encabezado por Marian Le Blanc, atacase una de las sedes de la compañía de Kalinowski. Le Blanc también fue una de las veinte personas de las que Seldon habló en su discurso, y encontró en el liderazgo del Movimiento el sentimiento de bienestar que había estado buscando toda su vida. José Jiménez, jamás llegó a saber quien fue Seldon, pero vió como las grandes compañías cafeteras se retiraban de las montañas de Colombia. El principio fue duro, pero tras varios años organizó una cooperativa con ayuda de su hijo que había leído algo del profesor Pereira. Tal y como predijo Seldon, vivió en general una vida feliz sin abandonar los cafetales que durante generaciones había mantenido a su familia. 

   Con todo esto, es justo poner fin a la biografía de Seldon diciendo que ésta terminó tal y como él lo predijo cuando habló del último de los veinte. Con estas palabras: "Y escribirá sintiéndose que había terminado su labor, que la vida de todos los hombres están conectados y que aunque hacía tiempo que Seldon había muerto, sus aguas siguen bañando las costas de la humanidad recordándonos que todos pertenecemos al mismo sistema abstracto".

domingo, 3 de mayo de 2009

Pagados por las Colonias


   Cuando la edad de los héroes llega a su fin, es el destino de los poetas mantener su recuerdo vivo a través de los tiempos, y así, el día que vuelvan a ser necesarios, estos renazcan como hojas en una nueva primavera. Dejadme pues que sea mi historia la que llegue a vuestros oídos. Una historia de heroísmo y nobleza de esas que ya no quedan, de esas que los abuelos contaban a sus nietos las noches en las que la tormenta se acercaba para que esa noche soñaran con el valor.

   Bernabé de Riedra era un hombre común de los que se ganaba la vida alquilando su brazo en tiempos de guerra. No era un espadachín brillante, ni siquiera era un hombre de alma pura, pero era un hombre de palabra. Corrían tiempos difíciles en las colonias. El enemigo había adoptado una nueva estrategia, la de incitar al pueblo a la rebelión, y los impuestos eran una buena razón para ello. De esta manera, en varios meses fue necesario que una fuerza de mercenarios fuese a calmar las aguas a son de espada y algo de oro. Así que el procurador contrató a una centenas de mercenarios para poner order en la capital. Eran hombres aguerridos y bastos, de manos duras como marineros y aliento podrido por la sangre y el vino. De entre ellos destacaba un grupo compuesto por un valenciano llamado Bernabé de ojos tristes, un gaditano de piel morena y gracia en el cante llamado David y el completando el trío, Xavier, el vasco, tan grande como un buey y probablemente con el mismo corazón.

   Embarcaron desde el puerto de la Tacita de Plata hacia las colonias. Hacinados en una fragata junto a otras mil almas que iban a ganarse la vida a otras tierras. Atrás quedaban familias y amigos, bocas a las que alimentar con las esperanzas puestas en que el centenar de mercenarios que partían, traerían los dineros que le darían de comer durante al menos un par de años. En el caso de Bernabé, dejaba atrás una mujer de cabello negro y palabras certeras que era la madre de dos almas, Mario, el mayor y Laura, la pequeña, que compratían con su madre el sabor de la verdad y la curiosiad de los gatos. El gaditano, que había conocido a Bernabé durante el mes que tuvieron que esperar antes de embarcar, dejaba a una mujer de dientes torcidos y a una querida, que le había buscado más de un problema con su marido. De hecho, en una noche de borrachera le declaró a Bernabé que se iba a las colonias mientras se calmaban un poco las aguas, fuese a ser que un día encontrasen su cadáver en las playas de Puerta de Tierra. El viaje duró más de un mes, y un algunas tormentas hicieron su vida peligrar de un hilo en un par de ocasiones. Llegaron a su destino cansados y desnutridos. El recibimiento fue hostil. La población los veía con malos ojos. Eran las espadas de alquiler que iban a poner orden durante varios meses. Al fin y al cabo asesinos contratados por el procurador del rey cuyo trabajo era hacer que siguiesen fluyendo las riquezas al reino. Un par de muertes ejemplarizantes harían el resto.

   El centenar de hombres se establecieron en el cuartel de la Buena Esperanza, junto a la fortaleza que dominaba toda la ciudad desde la colina de San Esteban. Ésta no era muy grande, no más de diez mil habitantes, la gran mayoría familias que habían viajado al nuevo mundo en busca de un pedazo de tierra que labrar sin la avaricia de la nobleza nacional. La misma noche que llegaron a la ciudad comenzaron los altercados y un par de soldados resultaron muertos en una reyerta. Ya se sabía que aún teniendo una espada y un buen cuero para protegerse, un pincho o una daga bien podían dejar seco un hombre si se lo colaban por debajo de las costillas. Al día siguiente el procurador estableció una nueva ley por la cual no se dejaba pasear por las calles de la ciudad una vez el sol tocase en el horizonte. Lejos de calmar las cosas eso excitó aún más a los revolucionarions y las cosas se pusieron realmente difíciles para soldados, mercenarios y los agentes de la corona. Fue la mañana de un martes cuando estalló lo peor. En una reyerta entre un campesino y un soldado una niña resultó muerta por herida de mosquetón. Fue el principio, y como siempre pasa, pierden más aquellos que menos tienen. Ni Bernabé, ni David ni Xavier sabían el importante papel que iban a desempeñar para la historia de esa pequeña ciudad.

martes, 28 de abril de 2009

La Ley de la Reactividad de la Complejidad


La Inicitiva de Kuk Seldon (Sexta Parte)

     "Todo sistema reacciona a un estímulo si este vence las barreras de homogeneidad y comunicación entre las distintas partes del sistema."

     El artículo titulado "El Nuevo Orden Mundial ha llegado" causó un gran revuelo público. Por primera vez una voz conocida se alzaba por encima de los medios controlados por la administración Shaffner. Seldon comezó a dirigir un par de grupos de trabajo de concienciación nacional apoyados por varios premios Nobel, escritores de prestigio y actores comprometidos co el desarrollo justo. Enemigo de las grandes multitudes y de los grandes discursos, Tricia comenzó a ayudarle en la parte pública apareciendo en alguna que otra conferencia. Los grandes periódicos estadounidenses afines con la oposición de la administración Shaffner comenzaron a compensar la propaganda política de los medios gubernamentales. Apareció en varias entrevistas en televisión. La edad había dado mayor profundidad a su expresión y la experiencia mayor fuerza a sus palabras. Tanto Kalinowski como la administración Shaffner eligieron duros competidores para restar importancia a las palabras de Seldon. En principio la vicepresidenta de los Estados Unidos, Sarah Richarson, compadeció frente a los medios tachando a Seldon de antipatriótico y comunista, pero las viejos miedos del imperio se habían ido diluyendo en el consumismo y el bienestar. Comunismo y anarquía eran palabras tan temidas como lo podían ser el lobo de caperucita roja para los niños.
     Fue entonces cuando comenzó la guerra de medios. Seldon y su grupo se ganaron el apoyo de Francis Franklin Turner, un senador que contaba con bastantes apoyos de la administración. Mientras tanto el imperio crecía gracias al asesoramiento de Kalinowski. Tras la bancarrota del gigante alemán, la vieja Europa se volvió temerosa en sus críticas hacia sus vecinos del nuevo mundo. Polonia intentó alzar su voz a través de manifestaciones estudiantiles pero fueron rápidamente reprimidas por el gobierno tras un par de privatizaciones de las fuerzas del orden. En sudamérica los presidentes Rodríguez e Ibañes de Colombia y Venezuela, intentaron en absorber el capital internacional que dominaba más de la mitad de los recursos del país. Ese año, y el siguiente, un par de nuevos partidos políticos amparados en el capital extranjero, y con un fuerte apoyo del ejército (que lucía un nuevo armamento comprado a precio de saldo a aliados centroamericanos) salieron victoriosos en las elecciones nacionales. Y por supuesto, Rodríguez e Ibañes desaparecieron de la noche a la mañana bajo acusaciones de corrupción y apropiación indebida de fondos. Varias farmaceúticas regalaron las patentes de los principios activos Tekeolanzina y Gortidal a países como India y Brasil. Erradicaron de un plumazo el Sida y la Gripe Mejicana. Pandemias que venían atacando a esos países con especial virulencia desde principios de siglo. A cambio claro está, se inició varios movimientos sociales que alababan la decisión de estas empresas y por extensión del gobierno estadounidense. Seldon fue demonizado y se le acusó de estar en contra del progreso de estos países.
     En Estados Unidos la cosa era distinta. Dentro del Imperio era donde más libertad se tenía para criticar las acciones del gobierno, hasta que este contratacaba con cifras y siglas. PIB, Nasdaq, tasa de desempleo... todo indicaban que Seldon se equivocaba, y que después de todo, el pueblo se hallaba anestesiado con los bienes de consumo que le vendían las grandes multinacionales. La política del Kalinowski funcionaba. Mejor que el desprestigio y la demonización era confundir a la masa, no dejar claro que quería decir Seldon con sus discursos naturistas y humanizantes. Que la política nacional era injusta para el resto del mundo, bueno, mientras que mis vecinos viviesen bien daba igual. Que había que comprar, consumir y producir, bueno, mientras se consumiese felicidad, que más daba. Cada vez más había nuevas máquinas de ocio, cada vez más todos estaban comunicados a través de las redes sociales, cada vez más se tenía más libertad de consumir lo que uno quisiese. Que importaba la naturaleza, esta estaba catalogada y archivada en grandes bases de datos. Desde hacía tres años la empresa BioDiversityCorps se encargaba de restablecer ecosistemas perdidos hacía más de cien años. Los discursos sobre el cuidado de la naturaleza habían quedado obsoletos. Con el suficiente dinero había empresas capaces de reproducir y restablecer ecosistemas complejos, desde la bacteria que habitaba en las raíces de una planta hasta el tigre que representaba una maravilla evolutiva. 
     Seldon estaba derrotado. La gente, la masa, el pueblo, no quería concienciarse. No quería pensar. No quería sufrir. No existía soma, pero existían otros tipos de drogas más sutiles. Seldon lo sabía. En el año 2038 huyó junto a toda su familia a Costa Rica. Necesitaba recordar donde empezó todo para dejarse llevar por el día a día. Los últimos meses en Nueva York fueron especialmente duros. Cuando su discurso se volvió repetitivo y monótono las redes sociales apagaron sus conexiones con la Iniciativa de Seldon. Se hizo invisible mientras el mundo que lo rodeaba se volvía cada vez más del color que las corporaciones dictaban. El era la nota de color discordante que solo sus amigos veían. Por eso se rindió. Por eso volvió a Costa Rica con su esperanza aquejada de una enfermedad terminal.
     Cuenta la leyenda, pues nadie ha encontrado jamás prueba alguna, que una mañana Seldon se levantó con dolor de cabeza. Buscando entre las pertenencias que Tricia había traído de Nueva York encontró un par de grabaciones de las primeras colaboraciones de Rice. Todavía dolido por la pérdida de su amigo comenzó a escuchar los principos por los cuales la sociedad no era un sistema complejo que obedecía las leyes de Kuk. Era demasiado complejo. No existía uniformidad. Rice decía en esa grabación que aunque está compuesto por muchos elementos, resulta imposible determinar porque alguien elige el color azul una mañana y no el rojo. Revisó las ecuaciones que hacía ya varias décadas habían formulado junto a Gabriel. Los parámetros sociales cumplían las leyes de Kuk. La homogeneídad que los mercados habían impuesto a la sociedad habían cambiado las propiedades del sistema y el sistema ahora obedecía las leyes de Kuk. El sistema podía cambiar. solo hacía falta un estímulo suficientemente fuerte como para que el sistema reaccionase. Esa noche dio un valor finito a la última variable con la que cambiaría el mundo.

domingo, 19 de abril de 2009

La Ley de la Competitividad Dominativa


La Inicitiva de Kuk Seldon (Quinta Parte)

     "Los elementos de un sistema complejo tienden a organizarse en elementos competitivos y colaborativos. La evolución del medio dependerá de la dominación de uno o varios de estos elementos sobre el resto si bien los elementos competitivos siempre serán antagónicos a los elementos colaborativos".


     El premio Nobel de economía del año 2030 se le concedió a Wenceslao Pereira, catedrático de ciencias económicas de la Universidad de Brasilia por sus estudios sobre los pequeños productores y cooperativas de café de Brasil y la distribución del producto basado en la relación productor-consumidor a través de redes socioeconómicas. Este estudio se extrapoló con un gran éxito a otros sistemas agrarios como el de los productores de te de las regiones de Fujian en China o el de arándanos en Holanda. Gracias a este tipo de estudios todavía sobreviven familias dedicadas al cultivo de ciertos productos generación tras generación. Ese año la arrogacia de Kalinowski se quedó sin rencompensa lo que le dio a Seldon la oportunidad de leer el periódico con una sonrisa.
     Fue la última vez que Seldon pudo leer la sección de economía con una sonrisa. A partir de ese año el periódico empezó a escribir casi una columna diaria relatando los logros de la empresa de Kalinowski. Ese mismo año el suplemento semanal dedicó un artículo de más de diez páginas a los logros de la empresa entre los que destacaban tener una de las carteras de clientes más poderosas del país. Desde la primera compañía de automóviles estadounidense hasta grandes empresas de semillas con un gran peso en algunos países sudamericanos. Estas compañías habían logrado aumentar sus beneficios hasta un trescientos por cien en un periodo de dos años. Algo impensable tal y como estaban las nuevas normativas que regían la economía mundial tras la crisis de principios de siglo. El artículo contaba con más detalle en que trataba parte del asesoriamiento a estas empresas. En principio hacían un estudio de mercado tomando una serie de muestras representativas y a partir de este desarrollaban un modelo de mercado basado en las leyes de Kuk con aplicación macroeconómica. Seldon se vio simplemente repugnado por el hecho de que Kalinowski estuviese usando las leyes de Kuk para enriquecer a estas empresas. El artículo se desarrollaba a través de una serie de cuatro entrevistas donde se hablaba de como el asesoramiento había cambiado la vida de cuatro personas a niveles distintos de la cadena. Una con el propio Kalinowski para dar algo más de combustible a su ego. Las otras fueron a uno de los directivos de una de las empresas que se había enriquecido con su asesoramiento, a uno de los trabajadores de una fábrica estadounidense que había visto como aumentaba sus horas laborales para aumentar el rendimiento de producción a cambio de un mejor sueldo y finalmente a un consumidor anónimo del producto, que veía una rebaja en su precio. Todos estaban contentos, menos Seldon y su sentido crítico. Esa misma tarde decidió buscar asesoramiento que pudiese desglosarle en palabras comunes que estaba haciendo Kalinowski y su empresa.
     Las primeras semanas fueron infructuosas. Todos las personas con las que hablaba le decían que no había nada malo en lo que la empresa de Kalinowski hacía, que solo daba consejos y directrices de actuación basadas en un par de ecuaciones excéntricas desarrolladas por Seldon. Muchos de ellos sonreían y decían que lo que sirve para la ciencia no tiene porque servir para la economía.
     A mitad de verano Seldon recibió un correo electrónico de Reynaldo Barroso. Un compañero de Wenceslao Pereira que decía que estaba interesado en colaborar para descubrir hasta donde podía llegar la influencia de la empresa de Kalinowski. Seldon nunca llegó a conocer personalmente a Barroso, pero su colaboración duró años y se centró en una serie de artículos y cartas de opinión donde alertaban que la actuación de Kalinowski podía desencadenar una nueva crisis mundial al cambiar las reglas del juego. Seldon y Barroso jamás llegaron a poder aplicar las ecuaciones de las leyes de Kuk para predecir el comportamiento de ningún sistema económico. Se toparon con limitaciones técnicas insalvables, pero estaban completamente seguros que el éxito de Kalinowski provenía de la utilización de Cloud-45, uno de los supercomputadores creados por el padre de la Informática Cuántica. Predecían que con el suficiente poder de computación y los algoritmos adecuados podían utilizarse las leyes de Kuk a casi cualquier sistema. Los primeros artículos pudieron publicarse en revistas de alto índice de impacto, pero pronto científicos afines a las ideas de Kalinowski tacharon los artículos de subjetivos y faltos de verdaderas pruebas. Tras las duras críticas saltaron a otros medios con mayor poder de difusión que pudiesen hacer eco de la protesta, pero tuvo el efecto inverso. La empresa de Kalinowski se vio bajo la avalancha de solicitudes de pequeñas empresas que querían asesoramiento. Un par de semanas más tarde se vieron obligados a detallar las condiciones que debía de tener una empresa para poder ser aceptada dentro de su cartera de clientes.
     Todo cambió cuando la administración Shaffner exigió a la empresa de Kalinowski que solo asesorase al gobierno estadounidense. Muy pocos medios de comunicación quisieron recoger las críticas de Seldon y Barroso. Fuera de los Estados Unidos la cosa empezó a ser diferente. Algunos políticos europeos y sudamericanos comenzaron a darle más importancias a sus declaraciones. Las utilizaban como armas dialécticas en las reuniones del G25, los veinticinco países con mayor capacidad económica del planeta. Veían como en el plazo de un año las mayores empresas de estos países habían sido absorbidas por grandes empresas que financiaban a la administración Shaffner. Fue especialmente escandaloso el caso de Siemens. Desde el lanzamiento de los motores de eléctricos de alta eficiencia había logrado ser la primera empresa en el sector de energético dedicado a transportes. Su política de lealtad nacional había creado más de cien mil puestos de trabajo en Alemania, negándose a mover sus fábricas a países donde la mano de obra fuese más barato. Esta política trajo muchos problemas al sector ya que sus homólogas estadounidenses no compartían su punto de vista. Desde un consorcio dirigido por Edisson-Luminac intentaron obligar a Siemens a seguir parte de las "reglas del sector" como antes habían hecho sus predecesores con los combustibles fósiles. Ésta se negó y Edisson-Luminac acudieron a la administracion Shaffner para que defiendese sus derechos ante el competidor extranjero. En un año idearon una estrategia basada en el asesoramiento de la empresa de Kalinowski que acabó con la compra de Siemens por parte Edisson-Luminac. Como primera medida, y quizás a modo de ejemplo tiránico se cerraron el noventa por ciento de las fábricas de Alemania para reabrirlas en países de mano de obra más barata.
     A raíz de este caso gran parte de la comunidad empezó a valorar las críticas que habían lanzado Seldon y Barroso. Alemania vió como su opinión pública forzaba al gobierno alemán a que luchase contra la administración Shaffner para que ésta pusiese sobre la mesa sus cartas. Y lo intentó. En el reunión del G25 del año 2034 en Praga el represante alemán amenazó con organizar una coalición del resto de países del G25 en contra de Estados Unidos, Mexico y Canada, principales beneficiarios de la administración Shaffner. Estos simplemente se marcharon de la reunión, convocando otra para seis meses más tarde en Washington DC. Fue tres meses más tarde cuando una impactante noticia sorprendió a todos los medios de noticias mundiales. El gobierno alemán estaba en bancarrota, al igual que casi todas las empresas enraizadas en este país. Seldon escribió un correo a Barroso que meses más tarde sería publicado íntegro en más de la mitad de los periódicos del mundo bajo el título del "El nuevo orden mundial ha llegado".

martes, 31 de marzo de 2009

La Ley de la Progresión Fragmentaria


La Inicitiva de Kuk Seldon (Cuarta Parte)

     "La evolución de la complejidad de un sistema que obedece la primera Ley de Kuk hacia un sistema de mayor tamaño, lleva asociada una posibilidad de fragmentación proporcional a la capacidad de progresión de cada uno de los elementos fragmentados".

     La muerte de Gabriel Rice supuso un duro golpe para Seldon. La aplicación de las leyes de Kuk a los sistemas sociales fue un fracaso del que nació una fuerte amistad. Y ahora todo se había ido. Las noches en vela junto a Rice, con un café tras otro en búsqueda de una relación directa entre las leyes de Kuk y los movimientos sociales. Empezaron por un análisis de las grandes revoluciones. La noche acogió discusiones acaloradas sobre los verdaderos instigadores de la Revolución Francesa, la Revolución Industrial o el Marxismo. Intentaron matematizar las ideas de Voltaire, los deseos de Montesquieu o los sueños de Marx. Intentaron traducir esos movimientos sociales a ecuaciones multivariables. Pero fue imposible. Existían demasiadas variables para describir de forma eficiente el mundo que rodeaba a estas figuras históricas. Seldon intentaba transformar grupos ideológicos en variables pero Gabriel insistía que era imposible predecir las decisiones de un hombre que podía cambiar el rumbo del pensamiento de la mayoría. Analizaron hasta el más mínimo detalle de los grandes estudios sociológicos desde Tocqueville y Marx hasta Giddens, Luhmann y Parsons sin resultados. Finalmente la Teoría del Conflicto dejó paso a otras charlas más banales, sobre música y cine, sobre la universidad y la política. El estudio sociológico cayó víctima de Vivaldi, Couperin y Marais. Los años pasaron y Tricia vio como la noche de los jueves Seldon y Rice abandonaban las ecuaciones para divagar sobre el Renacimiento y la política acompañados de una botella de JW. La noche que Anthony llegó a casa tras la muerte de Rice, Tricia no supo como consolarle. Pasó varias noches en vela, escuchando los discos que Rice le había ido regalando durante todos esos años.
     Seldon pasó todo el invierno ausente, encerrado en su despacho, hosco y ermitaño capaz de gruñir a todo alumno que se acercase a preguntar por su ausencia continuada en la asignatura de Modelos Complejos. Fue la noticia de que Kalinowski había fundado una empresa de asesoramiento económico lo que lo sacó de su retiro. Lo descubrió leyendo el periódico. Mientras leía las cuatro columnas que relataban el hecho no podía de dejar de sentir ira contra su antiguo colega. Esa empresa representaba todo lo que odiaba. El uso de un descubrimiento científico para usos personales. No obstante esperaba que volviese a fracasar como lo había hecho antes en Helmson & Barry Brothers. Dos días más tarde recibió una invitación de Kalinowski para reunirse con él en Nueva York. La rechazó. No quería hablar con él. No obstante fue una conversación un par de meses más tarde con Laura Rose la que despertó una gran curiosidad en él. Según contaba Laura, su viejo colega se había asociado con un ambicioso informático deseoso de dinero y gloria. En principio no hubiese pasado de ahí sino hubiera sido porque el informático en cuestión fue un antiguo alumno de Seldon que hizo un brillante trabajo en la búsqueda de algoritmos paralelos a las leyes de Kuk. Completando el equipo de trabajo se había unido Walter Beckman, economista de la Universidad de Yale que había actuado como consejero en el anterior gobierno. 
     Coincidiendo con los primeros días de primavera Seldon rompió su retiro para dar una conferencia en Cold Spring Harbor. Fue allí donde volvió a encontrarse con Kalinowski. Éste lo abordó la noche que llegó al Campus. Lucía la misma sonrisa que la noche de Acción de Gracias. Le invitó a sentarse en un banco y allí le dijo que sentía la pérdida de Rice y que tenía dos importantes noticias que comunicarle. Seldon se sintió asqueado por la frialdad con la que habló de la pérdida de su amigo. Kalinowski había compartido alguna que otra noche antes de que lo reclamasen otros intereses. Ahora parecía que hablaba de un desconocido. Hizo una breve pausa antes de mirar a los ojos a Seldon y decirle que se había enterado por unos conocidos que tanto él como los principales componentes de la Iniciativa de Seldon estaban en la lista de los candidatos al premio Nobel de Química de ese año. Seldon guardó silencio. Kalinowski intentó hacer un par de chistes al respecto para suavizar la tensión que se había ido acumulando durante el encuentro. Seldon siguió callado, se levantó y se fue. Kalinowski le gritó que era un estúpido y que ya se verían en Suecia si no quería que todo el mérito de los descubrimientos de las leyes de Kuk cayesen sobre él.
     Seis meses más tarde los periódicos le dedicaron una columna. "Prestigioso físico de la Universidad de Cornell gana el premio Nobel de la Química junto al equipo que el mismo formó hace más de diez años". Aunque reacio Seldon se vio obligado a acudir a su cita junto a Laura Rose y Gregor Easton. Allí estaba Kalinowski, con su sonrisa de zorro, rodeado de algún político y de otra acompañante, tan rubia como la del día de Acción Gracias. Subieron los cuatro a recibir el premio pero fue Seldon, el más conocido de todos ellos el que dedicó el premio al difunto profesor Rice. También habló de la importancia de dedicar los esfuerzos de la ciencia a mejorar el nivel de vida del ser humano y a preservar el patrimonio ecológico que habían heredado. Puso como ejemplo los trabajos realizados en Costa Rica y en el estado de Nueva York. Fue un discurso claramente emotivo que fue seguido de un pequeño resumen de las principales aplicaciones de las leyes de Kuk en el campo de la Química y la Biología. Durante la hora que duró la ceremonia Seldon olvidó sus rencores y sus ansias, eclipsado por el espectáculo y el reconocimiento de toda la comunidad científica que allí lo rodeaba. Al bajar del escenario abrazó a Tricia con los ojos llenos de lágrimas por la emoción. Abrazó también a Gregor y a Laura mientras hablaban animadamente sobre la ceremomia. Fue entonces cuando se acercó Kalinowski. Le estrechó la mano y le dijo, "enhorabuena Doctor Seldon, ha sido un gran discurso con el que ha coronado el premio que nos merecíamos desde hace bastante tiempo". La sonrisa desapareció del rostro de Seldon. Antes de que pudiese articular palabra Kalinowski añadió, "Espero que el próximo año pueda decir lo mismo cuando reciba el mismo premio, aunque esta vez en economía". El sonido se ahogó en la garganta de Seldon. Pensó que había descubierto la clave para aplicar las leyes de Kuk al sistema económico, y que si era así, el mundo estaba a punto de cambiar para el beneficio de unos pocos y el mal de muchos... el mal de todos.

martes, 24 de marzo de 2009

La Ley de la Evolución de la Complejidad


La Inicitiva de Kuk Seldon (Tercera Parte)

     "Todo sistema complejo evoluciona a un estado de mayor complejidad conforme los elementos que lo componen interaccionan entre sí".

     Los preparativos del día de acción de gracia del año 2026 contaban con que el cielo estaría adornado por bellos copos blancos y que la temperatura caería bajo cero durante la noche. Todos los habitantes de Ithaca conocían este hecho un año antes de que se produjese. En casa de los Seldon una gran calabaza naranja adornaba una mesa cubierta por un gran mantel rojo. Ese año había visita. Junto a Anthony, Tricia y su hija Laura, compartían la mesa una gran parte de los componentes de la Iniciativa de Seldon. Sentados a la derecha de Seldon se encontraba Arthur Kalinowski y su prometida. Arthur mostraba un aspecto muy distinto al que había presentado hacía más de seis años a las orillas del lago Séneca. Vestía un caro traje italiano y en sus ojos el triunfo había crecido junto a la ambición. Aburrido por las conversaciones banales de la prometida de Arthur se encontraba Gabriel Rice. Se escudaba tras sus gafas de pasta negra intentando mostrar interés a pesar de la incoherencia de la conversación. Junto a Gabriel, y en frente de Arthur y su esposa se encontraban Laura Rose y su marido uruguayo Alberto Fines. Alberto era una amante de la guitarra y charlaba animadamente con Seldon. Los restantes participantes de la cena fueron Gregor Easton con su inseparable chaqueta de cuero, Jonathan Kirlian y su esposa Magdeleine que jugaba con la hija de los Seldon. Esa noche recordaron una gran parte del camino recorrido y parte del camino que querían recorrer. La ilusión se alternaba entre plato y plato de calabaza. El pavo se acompañó de puré de patatas y de alguna discusión sobre los puntos débiles de las leyes de Seldon. No obstante el clímax no alcanzó su culmen hasta el pastel de calabaza. Arthur se hallaba discutiendo con Gabriel sobre la aplicabilidad de las leyes a otros campos cuando declaró que había comenzado una colaboración con la compañía de asesoramiento económico Helmson & Barry Brothers con la cual empezaban a tener resultados. Anthony lo escuchó desde el otro extremo de la habitación en el momento que el silencio se hacía omnipresente. Seldon se acercó hasta Kalinowski y le preguntó que por qué no había informado a nadie de ello. Éste contestó que había firmado una clausula de confidencialidad que le impedía comunicárselo a otras personas a no ser que buscase colaboraciones como estaba haciendo en ese momento. Seldon parecía enfadado pero Arthur le pidió que le dejase terminar. Ofreció parte de las ganancias a cambio de la participación el el proyecto de aplicar las leyes de Seldon al mercado económico. Seldon montó en cólera. Acusó a Arthur de aprovercharse de un conocimiento que debía ayudar al ser humano, y no enriquecerse a partir de éste. La prometida de Arthur insultó a Seldon diciéndole que era tonto no utilizar lo que él había creado. Tricia le pidió a Magdeleine que llevase a su hija a la cocina mientras defendía a su marido. Sólo Laura entró en el juego. Los demás callaron mientras la intensidad de la discusión iba in crescendo. Finalmente Alberto Fines, ajeno a la iniciativa, zanjó la conversación con un gran golpe sobre la mesa que los calló a todos. Se dirigió a Arthur diciéndole que el mundo tendría grandes problemas si unos pocos miraban las cartas del resto, y que las cosas eran ya suficientemente injustas como para cargar con otro peso más. La última palabra de Arthur antes de salir de la casa de los Seldon fue que si él no lo hacía, ya lo harían otros con el resultado de que el seguiría viviendo de limosnas universitarias.
     Ninguno de los participantes de la cena de acción de gracia hablarían del suceso. Las relaciones entre Seldon y Kalinowski se enfriaron bajo el invierno ithaquense. Participaron en algunos proyectos en común pero sin la energía de antaño. Esto hizo que Seldon comenzase a colaborar más activamente en la aplicación de las leyes de Kuk a los sistemas sociales pero los primeros resultados fueron decepcionantes. Los sistemas sociales se comportaban de manera totalmente aleatoria bajo la ausencia de grandes fenómenos como guerras o pandemias. El único que parecía enriquecerse con este hecho era Gabriel Rice. Su cinismo parecía encontrarse cómodo con la incapacidad de predicción el futuro de la humanidad. A menudo le recordaba a Seldon que la economía mundial se mantenía a salvo gracias a esa dosis social impredecible. Tras un par de años Seldon aceptó que las leyes de Kuk no podían aplicarse a todos los sistemas complejos. Lo hizo mientras leía el New York Times y tomaba un café en Tribeca. El sol se ocultaba en el horizonte, entre el río Hudson y los rascacielos de Nueva Jersey. Aceptó que debía dejar de buscar la misma respuesta para todo y comenzar a formular nuevas preguntas. El camarero lo reconoció. Hacía tiempo que Seldon se había convertido en un fenómeno mediático. Charló animadamente con el camarero cinco minutos antes de pagar y dirigirse a la estación de metro de la calle Prince. No pudo evitar una pequeña sonrisa de triunfo. La última noticia que había leído fue que Helmson & Barry Brothers había quebrado.
     Seldon se enteró de la muerte de Gabriel Rice una fría mañana de marzo. Se dirigía hacía su despacho cuando lo interceptó Gregor. Tenía el rostro enrojecido por el frío. Al principio tartamudeó. Las palabras se atascaron en su garganta. La muerte de un amigo es siempre dificil de digerir pero es aún más difícil de vomitar. Seldon no lo comprendió hasta que articuló el nombre de Gabriel. Entonces Seldon se desplomó. Se sentó en uno de los bancos junto al edifico Rice y se quitó las gafas. Comenzó a llorar mientras sentía como una losa aplastaba su corazón.

sábado, 14 de marzo de 2009

La Ley de la Conectividad Física


La Inicitiva de Kuk Seldon (Segunda Parte)

     "Todos los elementos de un sistema complejo interaccionan entre si, si bien el número de elementos que interaccionan al mismo tiempo es inversamente proporcional a la probabilidad de interacción física"

     Andrew Zimmerman fue director del departamento de Física Abstracta de la OSU desde el año 2017 al año 2020. Éste no pasó a la historia por ninguno de sus brillantes trabajos de modelización de corrientes oceánicas sino por el apoyo que aportó en contra de todo pronóstico, al trabajo de Seldon tras la publicación del "Estudio del Ecosistema Costarricense bajo la Perspectiva de la Ley de la Complejidad Abstracta". Este apoyo fue decisivo en otros importantes estudios que elevaron el prestigio de Seldon hasta niveles de gurú de la materia. La Primera ley de Sendon apareció como portada de la prestigiosa revista Science el once de Febrero del año 2018. Al principio ésta paso desapercibida en la comunidad científica pero una serie de trabajos que utilizaron las mismas ecuaciones que aparecían en este trabajo sacaron a la luz la genialidad del trabajo de Seldon.
     Al año siguiente la Universidad de Cornell le ofreció una plaza de Biología e Ingeniería Medioambiental. Seldon aceptó y seis meses más tarde se mudó junto a Tricia Paddington a la fría Ithaca. El cambio no le sentó nada bien a la salud de Tricia y hacia finales de año ingresó en el hospital Cayuca con una grave neumonía. Este hecho empujó a Seldon hacia un desinterés que estuvo a punto de costarle su nuevo puesto de trabajo, pero afortunadamente la recuperación de Tricia volvió a centrar su carrera. Fue entonces cuando Seldon conoció a Gregor Easton, un joven doctor con aspecto de rockero y con grandes conocimientos de computación. Junto a él desarrolló uno de los primeros programas que modelizó sistemas medioambientales. Fue un éxito rotundo. Tras la recogida de datos continuada a lo largo de una década podía predecir los cambios que produciría en un ecosistema la aplicación o eliminación de uno o varios elementos. El gobierno regional hizo un buen uso del programa aumentando la producción de las granjas locales hasta niveles nunca vistos. Este logro empujó al equipo de Seldon compuesto por Tricia Paddington, Gregor Easton y Pedro Casal a crear un una red de colaboración con otras disciplinas como la Ingeniería Metabólica o la Genética Molecular. La primera reunión informal de esta inciativa se realizó una mañana de otoño en un restaurante a las orillas del lago Séneca. Acudieron la ambición de Arthur Kalinowski, el escepticismo de Laura Rose, la rigurosidad de Umberto Felpeto y la imaginación de Jonathan Kirlian. Entre broma y broma Tricia bautizó la grupo interdisciplinar que se acaba de formar como la Iniciativa de Anthony "Kuk" Seldon.
     Un artículo de la revista Science en el año 2025 recogía a la Iniciativa de Anthony Kuk Seldon como uno de los grupos más influyentes en el panorama científico del último siglo comparándolo con los científicos reunidos para el proyecto Manhattan. En un periodo de cinco años la Iniciativa publicó más de una centena de artículos en campos tan diversos como genética, biología molecular, ecología, oceanografía y astronomía. A la Primera Ley de Kuk la siguieron otras cinco que completaban y extendían la aplicabilidad de las ecuaciones de Seldon a practicamente casi todos los campos. La sociología se resistía a comportarse como un sistema complejo aunque el grupo de Seldon se vio enriquecido con la entrada de Gabriel Rice. El Dr. Rice aportaba tras sus gafas de pasta negra el contrapunto crítico a las ideas de Seldon. Por aquel entonces Seldon y Tricia tuvieron su primera hija y Tricia dejó la Iniciativa en pos de la maternidad.
     El conjunto de las seis leyes de Kuk fueron presentadas a la comunidad científica en el séptimo congreso de Modelización de Sistemas Complejos en San Francisco. La Iniciativa golpeó la conciencia científica con los resultados calculados un año antes sobre las condiciones climatológicas de veinticinco ciudades distintas. Su legado perdura hasta hoy día. Cualquier ciudadano de Nueva York puede consultar que tiempo se va a encontrar al salir de casa a cualquier hora del día durante los próximos cien años.

viernes, 13 de marzo de 2009

Ley de la Complejidad Abstracta


La Inicitiva de Kuk Seldon (Primera Parte)

     "El principio por el cual todo sistema complejo puede abstraerse en un modelo matemático depende de la descripción de los elementos interactivos del mismo bajo un sistema de redes"

     Mis padres fueron las primeras personas que me hablaron de Anthony Seldon. Mi madre mostraba por Seldon una admiración que en algunos momentos rozaba la fe. Fue esta la razón que me llevó a escribir la biografía de Anthony Seldon, aunque la mayoría de la gente lo conoce como Kuk Seldon gracias a las famosas Leyes de Kuk que enunció el siglo pasado. Creo que en honor al interés público, debo de saltarme los clásicos nació, creció y se educó y empezar a relatar la historia de su vida en el momento en el que comenzó sus estudios de la complejidad abstracta en Ohio.
     El otoño del 2018 Anthony Seldon consiguió una puesto postdoctoral en el departamento de Física Abstracta de la OSU. Por aquel entonces la universidad era un hervidero de estudiantes que revindicaban el fin de la ocupación de Siria y Palestina. Aquel verano los medios informativos habian hecho hincapie en el hecho de que más de treinta mil soldados estadounidenses habían perdido la vida durante los veinte meses de ocupación. Algunos de los gigantes de las industrias petroquímicas se resistían a soltar la presa de oriente medio, si bien ya existía alternativas a los motores de combustibles fósiles como los EMHE (motores eléctricos de alta eficiencia). La OSU era una isla de pensamiento liberal dentro de las tendencias conservadoras del estado de Ohio. En este paisaje Seldon era un científico más de los que no destacaban lo más mínimo en las fiestas del departamento. Para reconocerlo en las fotografías de grupo habría que realizar un pequeño esfuerzo. Era el individuo de pelo oscuro, gafas y una sonrisa forzada que siempre se situaba al fondo. La gente que trabajó con él lo recuerdan como un individuo simpático y sociable, de gran capacidad y un poco tímido.
     Los primeros meses en el departamento de Física Abstracta resultaron estériles y frustrantes. Seldon provenía de la rama de Química Cuantica y las investigaciones de fractales de las que dependía su trabajo eran un nuevo mar con arrecifes desconocidos. Las personas más cercanas a él dicen que se encontraba muy desanimado con su trabajo y que estuvo un par de veces a punto de dejar el puesto. Fue entonces cuando la Dra. Tricia Paddington acudió al departamento en búsqueda de una colaboración para modelizar un ecosistema costarricense. Seldon, empujado por la deseperación aceptó la colaboración y ese mismo verano se embarcó rumbo a San José para pasar un tres meses en la selva. Allí fue donde plantó las semillas de dos relaciones que lo acompañarían durante el resto de su vida. La primera fue con Tricia Paddington con la que años más tarde se casaría. La segunda fue su afición a tocar la guitarra, aprendida entre copa y copa junto a Tomas Gutierrez. Sus cartas describen esas doce semanas llenas de vida. Alternaba trabajos diferentes a los que estaba acostumbrado, como recogidas y geolocalizaciones de muestras con experiencias inolvidables como las puestas de sol en el Pacífico, los paseos por la playa y alguna que otra fiesta con Tricia y su equipo hasta altas horas de la madrugada.
     A su vuelta a Ohio se encontró con un duro recibimiento. Uno de sus jefes amenazaba con retirarle la financiación si proseguía con su colaboración. Decía que ésta era una extravagancia que no estaba dispuesto a tolerar y que tenía que volver a al estudio de sistemas fractales. Por otro lado su relación con Tricia impedía que se olvidase por completo de su colaboración de manera que prosiguió con ambos trabajos. Pasaba las mañanas en su despacho entre números y ecuaciones intentando encontrar sentido a las repeticiones cuasiinfinitas de los sistemas fractales. Por las noches, ya en casa, se sentaba frente a los datos del ecosistema costarricense. Temperaturas, humedades, poblaciones animales y otros muchos datos danzaban por su cabeza en busca de un orden. Tal era su implicación con ambos trabajos que llegó a soñar con ranas infinitas que saltaban una y otra vez sobre las ecuaciones con las que estaba trabajando. Fue entonces, cuando el cansancio acumulado comenzaba a devorar su salud donde nació la idea de abstración modal. En una entrevista que años más tarde concedió a la revista Times declaró que el momento de inspiración le llegó mientras fregaba los platos y uno de ellos se le cayó haciéndose añicos contra el suelo mientras el agua salpicaba todo. Ese fue el comienzo de la Ley de la Complejidad Abstracta o Primera Ley de Kuk.

martes, 10 de marzo de 2009

Reflexiones de la Muerte para un Día Soleado


    La mañana que murió Pablo hacía un tiempo magnífico. Fue uno de los días más luminosos que recuerdo. La tormenta había dado paso a un sol radiante y los charcos reflejaban toda su luz. Pablo se dirigía al trabajo como un día más. Se levantó temprano y preparó el desayuno mientras el ruido de las noticias matutinas llenaba la casa. Tomó un café solo y un par de tostadas con mantequillas y mermelada. Se vistió con un par de vaqueros gastados y una camiseta de la universidad. Metió en su mochila el portátil y bajó apresuradamente las escaleras. La calle lo esperaba llena de color y música y Pablo le respondió con una sonrisa, pues así era Pablo. Sus amigos podrían decir de él maravillas, pero valga a modo de resumen que era un buen estudiante, amigo de sus amigos y con cierto tinte altruista y caballeroso. Su gusto por las plantas y su amor por la naturaleza lo embarcó rumbo a la botánica. Físicamente no se puede decir mucho de él, pero valga como registro escrito que era bajo, de pelo castaño y espaldas anchas. Sus ojos eran marrones, bastantes expresivos y siempre atentos a lo que pasaba a su alrededor.
    Damián llevaba una mañana de perros. Se había levantado tarde y no le había dado tiempo a lavarse los dientes por lo que fue todo el camino hasta el coche lamentándose por su aliento agrio que todavía tenía de la noche anterior. Todavía no conozco a Damián, pero dadas como están las cosas sé que lo conoceré un poco tiempo. Baste escribir que Damián es de esos tipos gruñones que no le han encontrado más significado a la vida que el del dinero. Esa mañana se montó en su BMW dispuesto a ir a la inmobiliaria para cerrar un par de tratos que tenía pendientes desde la semana anterior. Pensar en el jugoso margen de beneficios no indució ni la mínima de las sonrisas, quizás porque solo era un negocio más que iba a añadir algún número a su cuenta. Damián también tenía amigos que veía de vez en cuando, pero la opinión que tenían de éste era bien distinta de la que tenían los amigos de Pablo del difunto. Baste escribir sobre este registro que era egoista y egocéntrico, y que sus amigos eran pequeños carroñeros a la espera de que la bestia se cansase de la carne.
    Los hechos que precipitaron la muerte de Pablo fueron fortuitos, o al menos así quedaron refejados en el informe de atestados de la policía. Para mi fueron distintos. Un coche, un descuído y otro alma de peatón desorientada sobre el asfalto. Hubiese preferido llevarme al conductor pero no me malinterpretes, la justicia se la dejo a otros, lo mio es una cuestión práctica, este tipo de personas siempre me dan más trabajo del necesario hasta que por fin se mueren y paso a llevarme su alma.

domingo, 1 de marzo de 2009

Uno que comienza con Coltrane

     Pensé que una buena historia debía comenzar con Coltrane, de manera que ahí estabamos Coltrane, Cortazar y yo subidos en un tren, lejos, lejos del frío y la nieve. Rayuela descansaba junto a mi asiento mientras el paisaje nocturno desfilaba por la ventana. El destino poco importaba porque la fin y al cabo, solo el viaje en sí ya me producía un sentimiento de bienestar. Huir, o avanzar hacia lo desconocido, a la aventura, dejaba que nuevas imágenes se imprimesen en mis retinas. El saxofón de Coltrane construía el Giant Steps con fuerza y energía, imprimendo en las escalas el ritmo de las noches azules de Nueva York.
     Iba solo en el vagón, solo con mis recuerdos intentando escribir un cuento de mi vida en 65 palabras, como la película de Ripoll, y sin embargo solo me salía un principio triste y sin personalidad en ausencia de una buena lavadora, lejos de cualquier inicio brillante, asi que decidí empezar mi cuento con Coltrane. Me acomodé en el asiento y dejé que las palabras fluyesen como las notas del saxo. Pensaba que mi vida había sido un cúmulo de azares y desencuentros. Pongamos el día que te conocí. 
     Llovía y nos empapamos en el trayecto del coche a aquel bar. Allí conocías a todo el mundo. Yo era un extraño que había coincidido unos días en la ciudad, un poco perdido, con la barba de hacía varios días y con ganas de volver a casa. Me había arrepentido de tomarme unos días más tras el congreso para conocer la ciudad. Todos habían vuelto a casa y allí estaba yo, mochila en mano. Perdido. No tardé en descubrir que la ciudad me había dado en dos días todo lo que podía dar de sí. Echaba de menos el Barrio Alto de Lisboa o la Latina de Madrid. Me metí en aquel bar a tomar un ron acompañado de Rayuela. Desde entonces siempre lo llevo como un talismán, para invocar la suerte de aquella noche. Iba por la mitad de la copa cuando la Maga se atormentaba en Paris y entonces entraste en al bar. Ibas acompañada por un par de amigos. Reíais. Os miré con un poco de envidia y me devolviste la mirada con curiosidad. Al terminar el ron fui a la barra por nuevas provisiones. Chocamos accidentalmente y nos sonreimos. Comenzamos a hablar y Rayuela (como no Rayuela) nos llevó a Paris, y Paris a tu ciudad, tu vida y tus libros. Tus amigos se fueron y me invitastes a que te acompañase. Salimos y comenzó a llover. Viajamos cuarenta minutos en coche hasta el centro de la ciudad. Nos empapamos desde el coche hasta aquel bar donde sonaba Coltrane (quizás por eso lo escucho ahora, quizás porque siempre me ha gustado). Tenías el pelo mojado. Uno de tus rizos caía sobre tu frente de una manera irresistible, al modo de las actrices de Hollywood de los años treinta. Te desee, en aquel momento comencé a desearte mientras seguíamos hablando de música. Me decías que te encantaba Coldplay y yo te decía que eran demasiado comerciales. Tu te defendistes tras Thom Yorke y Radiohead y yo arremetí con los clásicos. Digamos que hice mi lanza con el viejo rock y mi escudo con el intemporal jazz. Tu tomastes otras armas. Indie y electrónica. Interpol comenzó la nueva partida con el Antics y me contrataqué con un peso pesado, Pink Floyd y Wish You Were Here. Entre ron y ron pasaron por la palestra Kaiser Chief y Artics Monkeys. Yo hablaba de King Crimson, Jethro Tull y Led Zeppelin. El bar cerró y tus amigos se despidieron. Me invitastes a comer algo en un turco cerca de allí mientras seguíamos peleándonos. Acabamos haciendo listas de los diez mejores discos de la historia entre el kebab y la coca-cola. Y entonces me besaste. Fue un dulce impulso. Cuando tus labios tocaron los mios sentí calor y ese vértigo en el estómago dice sin palabras que te has vuelto a montar en una montaña rusa. Te miré a los ojos negros y me sentí absorbidos por ellos. Me sonreistes y me invitastes a ir a tu casa a pasar la noche.
    Todo lo que allí pasó, es otra historia. Una historia de amor y encuentro, de confidencias y sonrisas hasta el amanecer. Varios años más tarde aqui me encuentro. En un tren rumbo a otra parte con mis recuerdos a mi espalda. Con Rayuela y Coltrane, pero también con Interpol y Radiohead. Con más de sesenta y cinco palabras para describir como me encuentro y describir como esta siendo mi vida. Con más de diez momentos para poner en una lista o más de diez libros que me llevaría a una isla desierta (probablemente durante un accidente aereo). Con más de mil de estos pensamientos para acompañarme durante los viajes. Con pellizcos en el corazón de añoranza y con sonrisas de los momentos felices que me he llevado. Sabiendo que durante esos días que habían pasado, había vivido.

sábado, 28 de febrero de 2009

Puerto Cinco

     Mi ciudad. Hacía años que no había pisado su suelo ni olido sus mierdas. Escapé de este antro más de dos décadas y el azar me había traído de vuelta. Desde la aeronave sentí como mis demonios estaban esperándome a que desembarcase para atacarme con mis recuerdos. Encendí un cigarrillo mientras me disponía a aterrizar sobre el embarcadero 5A. No quería llamar la atención asi que elegí el más alejado de la ciudad. Así sería todo más facil. Entrar, hacer solucionar la historia y salir antes de que las cosas se complicasen... pero siempre se complican, es ley de vida.
     Tomé un par de mudas del camarote. Quise coger la Fiel Betty pero sabía que no había control en Puerto Cinco que no registrase a los visitantes de forma concienzuda. En otros puertos ese problema se arreglaba con dinero, pero no en Puertp Cinco, bien lo sabía desde que era un crío. Quizás me viniese bien visitar a ese usurero de Hamilton. Hace muchos años tenía buen material.
     Lo primero que hice al desembarcar y pasar los controles fue ir a tomar un trago a uno de los bares del Distrito Azul. Era un buen sitio para ponerse al día. Pedí una cerveza y un trago de tequila. Necesitaba entrar en calor. Los climareactores de la ciudad nunca habían funcionado muy bien, y el frio calaba en sus habitantes. Había cosas que nunca cambiaban. El bar se veía animado. Un par de chicos bailaban semidesnudos sobre una de las barras mientras sonaba una vieja melodía de turgojazz. A mi derecha un hombre de negocios bebía con una adolescente que no debía tener más de quince. Malos tiempos para esos mocosos, hijos de la Depresión del Titanio. Me gustaban esos bares donde te ponían unos cacahuetes mientras te tomabas la cerveza. Éste no era de esos, así que resignado seguí observando a la clientela. Junto a los servicios y al lado de unos barriles de cerveza había una pequeña mesa separada de las otras, lejos de la iluminación y el ruido. Distinguí un par de sombras de los Eleny. Quizás fuese tiempo para los negocios y buscarme una sustituta de la Fiel Betty. Los Eleny no eran muy honrados pero trapicheaban con todo lo que las fuerzas del orden estaban dispuestas a requisar. Ya se sabía que con un poco más de dinero ni siquiera hacían preguntas. Me acerqué a ellos con el botellín de cerveza en la mano y tomé un banco para sentarme en su mesa. Sus ojos rojos sin pupilas me miraron fijamente. Les dije que quería comprar. Se miraron entre sí y uno de ellos me alcanzó un electroblog del bolsillo. Escribí el modelo del arma que quería. Normalmente me gustaba usar una pistola laser de clase II, una Remig o una Pouler, pero en este caso necesitaba algo silencioso y fiable, así que me decante por una pistola plástica de aceleración magnética. También les pedí unos proyectiles Predzed. Éstos se degradaban en quince minutos en contacto con la hemoglobina, así que eran muy difíciles de rastrear. Los Eleny volvieron a mirarse y asintieron. Tendría lo que pedía en una hora por el triple del precio establecido. Volví a la barra y esperé con otro par de tragos.
     Un par de horas más tarde me dirigí a un hotel. Tenía que dormir un poco y preparme para el trabajo. Encontré una habitación libre en un hotel junto a la estación del EMT. Me acosté sobre la colcha. La cama olía a sudor así que me acosté en el sillón. Odiaba estos antros de mala muerte. Desperté al amanecer con el cuello dolorido por una mala postura. Me desnudé y me metí en la ducha. Abrí el grifo del agua caliente y dejé que esta corriese mientras mojaba mi cuerpo. Volvía a dolerme el jodido hombro. Recorrí con mis dedos la cicatriz que iba desde el cuello hasta el codo. Siempre me dolía antes de entrar un una situación complicada. Parecía como si mi cuerpo quisiese recordarme mi mortalidad.
     Al salir del hotel una racha de viento frío me hizo estremerme. Trajo el olor de las calles, a basura y a muerte. Mi ciudad siempre olía a muerte. La muerte de la gente con la que había crecido. Mis padres murieron en la tienda. Helen una noche en el hospital. El olor me acompañó durante todo el trayecto del EMT, atormentándome y recordándome que esta jodida vida se tuerce aunque uno no quiera. Cargué los Predzed en el servicio de la estación y metí la pistola en uno de los bolsillos de la gabardina.
     Entré en el banco. Una luz azul iluminaba la entrada. Pasé el detector de armas sin ningún problema. Las pistolas plásticas eran indetectables, aunque por contra solo podían usarse con efectividad durante un cargador. Dos a lo sumo. Empecé a sudar. Me dirigí a una de los empleados y le dije que quería hablar con el director del banco. Uno de los vigilantes me miró con suspicacia. Temí por el plan, pero el empleado me dijo que esperase mientras iba a preguntarle al director si podía recibirme. El vigilante seguía sin quitarme el ojo de encima. Empecé a sudar. El vigilante dejó su puesto. El empleado volvió y me dijo que el director me recibiría. El vigilante se dirigió hacia mi. Mientras lo hacía posó su mano sobre la pistola. Me dirigí hacia el despacho del director rápidamente y entré. EL director levantó la vista. Al instante me reconoció y comenzó a gritar. Saqué la pistola del bolsillo y apunté.
     Mi ciudad siempre olía a muerte. Esa misma ciudad que me vio nacer hace ya cuarenta años escuchó esa mañana tres disparos. El primero atravesó la cabeza del usurero que había empujado a mis padres a suicidarse y que había negado financiar la operación de Helen. El segundo y el tercero atravesaron mi pecho, perforando mis pulmones. Caí al suelo y empecé a saborear mi propia sangre. Me arrastré hasta una de las paredes e intenté encenderme un cigarrillo. No pude. Sentí un escalofrío y el jodido hombro dejó de dolerme. Levanté mi cabeza y vi al vigilante. Las cosas siempre se complican.