martes, 19 de mayo de 2009

Domingos por la Mañana


   Los domingos por la mañana me gustaba mirar por la ventana como los gatos, observando a la gente que espera en la parada de autobus que hay frente a mi casa. Preparaba el café lentamente dejando que el olor de éste impregnase toda la casa. Movía la butaca junto a la ventana y me sentaba el ella mientras dejaba el café en una mesita adyacente. Entonces tomaba un sorbo de café y me preparaba a mirar. Me relajaba y dejaba que el paisaje me llevase.

   Lo primero que imaginaba era como el sol calentaba la calle y como las personas caminaban por ésta una mañana de invierno. Casi todo el mundo ignoraba esta sensación pero de vez en cuando veía alguien en la parada de autobus que miraba al cielo, cerraba los ojos y dejaba que los rayos de luz calentasen su cara. Entonces sonreía y pensaba que durante unos breves instantes esa persona había sido feliz. Quizás el calor momentáneo había traído algún recuerdo como cuando un amor correspondido te mira a los ojos. Quizás fuese la misma sensación. Todavía recuerdo esa sensación, cuando estábamos sentados en aquel sillón en casa de unos amigos y me mirastes en silencio. Durante no más de un segundo sentí el calor en mi cara, como el sol que calienta una mañana de invierno. Y fuí feliz. El pasar de los años no deslucía ese recuerdo y de vez en cuando aparecía como una estrella fugaz mientras miraba por la ventana. Con una sonrisa tomaba otro sorbo de café, algo más amargo y tibio que el primero.

   Imaginaba entonces que sopla el viento. Un viento frío una soleada mañana de otoño. La gente que esperaba junto a la parada de autobus subía la cremallera de sus abrigos, volvía a colocar las bufandas como escudos frente al frío o se acurrucaba junto a su acompañante esperando compartir algo de calor. Casi todo el mundo ponía la misma cara de desagrado exceptuando algún resignado que simplemente volvía a mirar en la dirección de la que provienía el autobus. Alguna vez veía a alguna persona que frente a la estocada del viento gélido parecía sentir dolor, como el de una persona que se enfrenta a una ruptura y ve ante sí la soledad. Buscaba en sí mismo el calor que no podía obtener hasta que finalmente dejaba que el viento se llevase el poco calor acumulado por un sol que no calentaba. En esos momentos invocaba a mis fantasmas para sentir su soplo. Éstos se llevaban mi calor con la añoranza y la soledad de estos días que pasaban junto a tu ausencia. Echaba de menos esas vacaciones que junto al mar, nos dedicábamos a escuchar las olas mientras te abrazaba y el sol se ocultaba en el horizonte. Pienso en los juegos que compartíamos desnudos en la cama hasta que sentía el frío de los cientos de noches que había dormido solo. Y es entonces, y solo entonces, cuando apartaba la mirada de la calle y volvía a tomar otro sorbo de café. 

   Saboreaba el café ya frío, pero que había guardado en su poso parte del azúcar que no había encontrado en los tres primeros sorbos. Dulce y frío. Con estas dos sensaciones contradictorias volvía a mirar por la ventana. Veía que acababa de pasar el autobus y que no había gente en la parada. Imaginaba entonces como sería la próxima persona que esperaría el autobus. Si le tocaría esperar un día en el que el sol calienta o bien si se tendría que calar bien el abrigo para aguantar el viento helado. Decidía entonces que en secreto me citaría con ese desconocido. El próximo domingo durante la hora del café. En el mismo sitio que parecía tan buen lugar como cualquier otro para compartir los recuerdos de un viejo. 

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