sábado, 28 de febrero de 2009

Puerto Cinco

     Mi ciudad. Hacía años que no había pisado su suelo ni olido sus mierdas. Escapé de este antro más de dos décadas y el azar me había traído de vuelta. Desde la aeronave sentí como mis demonios estaban esperándome a que desembarcase para atacarme con mis recuerdos. Encendí un cigarrillo mientras me disponía a aterrizar sobre el embarcadero 5A. No quería llamar la atención asi que elegí el más alejado de la ciudad. Así sería todo más facil. Entrar, hacer solucionar la historia y salir antes de que las cosas se complicasen... pero siempre se complican, es ley de vida.
     Tomé un par de mudas del camarote. Quise coger la Fiel Betty pero sabía que no había control en Puerto Cinco que no registrase a los visitantes de forma concienzuda. En otros puertos ese problema se arreglaba con dinero, pero no en Puertp Cinco, bien lo sabía desde que era un crío. Quizás me viniese bien visitar a ese usurero de Hamilton. Hace muchos años tenía buen material.
     Lo primero que hice al desembarcar y pasar los controles fue ir a tomar un trago a uno de los bares del Distrito Azul. Era un buen sitio para ponerse al día. Pedí una cerveza y un trago de tequila. Necesitaba entrar en calor. Los climareactores de la ciudad nunca habían funcionado muy bien, y el frio calaba en sus habitantes. Había cosas que nunca cambiaban. El bar se veía animado. Un par de chicos bailaban semidesnudos sobre una de las barras mientras sonaba una vieja melodía de turgojazz. A mi derecha un hombre de negocios bebía con una adolescente que no debía tener más de quince. Malos tiempos para esos mocosos, hijos de la Depresión del Titanio. Me gustaban esos bares donde te ponían unos cacahuetes mientras te tomabas la cerveza. Éste no era de esos, así que resignado seguí observando a la clientela. Junto a los servicios y al lado de unos barriles de cerveza había una pequeña mesa separada de las otras, lejos de la iluminación y el ruido. Distinguí un par de sombras de los Eleny. Quizás fuese tiempo para los negocios y buscarme una sustituta de la Fiel Betty. Los Eleny no eran muy honrados pero trapicheaban con todo lo que las fuerzas del orden estaban dispuestas a requisar. Ya se sabía que con un poco más de dinero ni siquiera hacían preguntas. Me acerqué a ellos con el botellín de cerveza en la mano y tomé un banco para sentarme en su mesa. Sus ojos rojos sin pupilas me miraron fijamente. Les dije que quería comprar. Se miraron entre sí y uno de ellos me alcanzó un electroblog del bolsillo. Escribí el modelo del arma que quería. Normalmente me gustaba usar una pistola laser de clase II, una Remig o una Pouler, pero en este caso necesitaba algo silencioso y fiable, así que me decante por una pistola plástica de aceleración magnética. También les pedí unos proyectiles Predzed. Éstos se degradaban en quince minutos en contacto con la hemoglobina, así que eran muy difíciles de rastrear. Los Eleny volvieron a mirarse y asintieron. Tendría lo que pedía en una hora por el triple del precio establecido. Volví a la barra y esperé con otro par de tragos.
     Un par de horas más tarde me dirigí a un hotel. Tenía que dormir un poco y preparme para el trabajo. Encontré una habitación libre en un hotel junto a la estación del EMT. Me acosté sobre la colcha. La cama olía a sudor así que me acosté en el sillón. Odiaba estos antros de mala muerte. Desperté al amanecer con el cuello dolorido por una mala postura. Me desnudé y me metí en la ducha. Abrí el grifo del agua caliente y dejé que esta corriese mientras mojaba mi cuerpo. Volvía a dolerme el jodido hombro. Recorrí con mis dedos la cicatriz que iba desde el cuello hasta el codo. Siempre me dolía antes de entrar un una situación complicada. Parecía como si mi cuerpo quisiese recordarme mi mortalidad.
     Al salir del hotel una racha de viento frío me hizo estremerme. Trajo el olor de las calles, a basura y a muerte. Mi ciudad siempre olía a muerte. La muerte de la gente con la que había crecido. Mis padres murieron en la tienda. Helen una noche en el hospital. El olor me acompañó durante todo el trayecto del EMT, atormentándome y recordándome que esta jodida vida se tuerce aunque uno no quiera. Cargué los Predzed en el servicio de la estación y metí la pistola en uno de los bolsillos de la gabardina.
     Entré en el banco. Una luz azul iluminaba la entrada. Pasé el detector de armas sin ningún problema. Las pistolas plásticas eran indetectables, aunque por contra solo podían usarse con efectividad durante un cargador. Dos a lo sumo. Empecé a sudar. Me dirigí a una de los empleados y le dije que quería hablar con el director del banco. Uno de los vigilantes me miró con suspicacia. Temí por el plan, pero el empleado me dijo que esperase mientras iba a preguntarle al director si podía recibirme. El vigilante seguía sin quitarme el ojo de encima. Empecé a sudar. El vigilante dejó su puesto. El empleado volvió y me dijo que el director me recibiría. El vigilante se dirigió hacia mi. Mientras lo hacía posó su mano sobre la pistola. Me dirigí hacia el despacho del director rápidamente y entré. EL director levantó la vista. Al instante me reconoció y comenzó a gritar. Saqué la pistola del bolsillo y apunté.
     Mi ciudad siempre olía a muerte. Esa misma ciudad que me vio nacer hace ya cuarenta años escuchó esa mañana tres disparos. El primero atravesó la cabeza del usurero que había empujado a mis padres a suicidarse y que había negado financiar la operación de Helen. El segundo y el tercero atravesaron mi pecho, perforando mis pulmones. Caí al suelo y empecé a saborear mi propia sangre. Me arrastré hasta una de las paredes e intenté encenderme un cigarrillo. No pude. Sentí un escalofrío y el jodido hombro dejó de dolerme. Levanté mi cabeza y vi al vigilante. Las cosas siempre se complican.

1 comentario:

lafauna dijo...

Muy bueno y muy actual: género negro y ambiente a lo Blade Runner. Me gusta también cómo se describen las sensaciones físicas (angustiosas) del personaje-narrador mezclándose con sus pensamientos.Acertada también la rapidez en la descripción de las acciones del desenlace.