miércoles, 10 de junio de 2009

Un Nuevo Portador


Pandorium (Primera Parte)

    Saboreaba el oporto con los ojos cerrados. Entre vino y licor, con aromas de cereza y madera, se dejaba saborear como una cascada de recuerdos. La música aislaba otros ruídos de la mente de Thomas. La Premiata Forneria Marconi se alternaba con Maxophone y Quella Vecchia Locanda. Violines y guitarras eléctricas servían de cortina en un bar perdido del barrio de Trastevere. Todo eso mientras Thomas esperaba pacientemente junto a un oporto. Abrió los ojos en aquel lugar oscuro y lleno de humo. El bar estaba lleno de recortes de periódico con esquelas. Al fondo la camarera hablaba animadamente con un tipo calvo de brazos tatuados. Thomas sacó un reloj de cuerda de su bolsillo. Su acompañante se retrasaba. Volvió a cerrar los ojos para saborear el oporto mientras se dejaba llevar por la voz de Roselli. Lisboa acudió a su mente llena de luz. La Praca do Comercio y el mercadillo de los domingos se comenzaron a volverse sólidos en el humo de la habitación. Vovió a abrir los ojos justo en el instante que su acompañante se acercaba a su mesa. Vestía con vaqueros y una camiseta blanca de mangas anchas. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo. Parecía cansada. Se sentó frente a él con una Moretti recien sacada de la nevera. Se disculpó por su retraso y sacó de uno de sus bolsillos una pequeña caja de madera. "Cinco mil", dijo. Thomas miró la caja. Sabía que su contenido bien valía esos cinco mil, pero que el precio a su vida también se multiplicaría por esa cifra. Esa era esa clase de acción arriesgada que sus enemigos habían estado esperando para cazarlo. Thomas cortó su hilo de pensamiento y sacó del bolsillo un sobre blanco, sin ninguna otra marca. Anónimo y con la cifra en cuestión en billetes de doscientos. Su acompañante tomó el sobre y le dio a cambio la caja de madera. Se levantó y sin mediar ninguna palabra más se encaminó hacia la salida con la Moretti en su mano izquierda. Thomas quiso abrir la caja, pero en un lugar público podía ser peligroso de manera que refrenó su curiosidad. Acabó el oporto de un sorbo y salió del bar.  
    
  La calle estaba desierta, solo un gato rebuscando en un cubo de basura rompía el silencio nocturno. Caminó en dirección al hotel con su mano derecha apretando la caja oculta en el bolsillo, con grandes pasos, temeroso de un asalto o algo peor. Escuchó como arrancaba un coche al fondo de la calle mientras sus faros barrían la oscuridad. Thomas se pegó a a pared mientras intentaba pasar desapercibido en un portal. El coche pasó sin que ocurriese nada extraordinario. Thomas retomó su paso en dirección al hotel. Sentía la presencia de la caja en su mano derecha como un faro en mitad de la noche. Fue entonces cuando escuchó un fuerte ruído a su espalda. Como si algun objecto pesado hubiese caído desde el tejado de algun edifico cercano. Miró hacia atrás y no pudo ver nada. Aceleró su paso hasta que un fuerte olor lo detuvo en seco. Olía a muerte y a putrefacción. EL olor dulzón de un cuerpo en descomposición arañó su estómago provocándole arcadas, pero el miedo fue más fuerte. Empezó a correr. Ahora sabía que estaba ahí. Él era la presa de un cazador que portaba la pestilencia de mil cadáveres. Vino a su mente lo poco que había leído sobre la caja de madera. Él era ahora su portador. Él era ahora su víctima y ésta había comenzado su canto a través del tiempo hasta los oídos del cazador. El cazador la había escuchado y fiel a su promesa había comenzado su caza. La caza de Thomas Figueira. 

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