martes, 12 de mayo de 2009

Tiempo para la Cólera

 
   Pablo pasó toda la tarde aburrido intentado sacar algo de partido al videojuego con el que llevaba jugando más de dos meses. No había nada mejor que hacer. No le quedaba mucho dinero así que intentaba distraerse con lo que tenía a mano. Arreglando algunas cosas de casa o paseando hasta la oficia de empleo. Cualquier cosa era buena cuando no había trabajo. Manoli, su novia, era la que ganaba suficiente dinero para tener algo que llevarse a la boca. Entre la hipoteca y el coche no había por donde cojer las cuentas a final de mes, pero aun así con un pequeño esfuerzo, un remiendo aquí y un puchero allá iban tirando. Pablo se acordaba de las historias de postguerra que le contaba su abuela. Cuando tenían que hacer los pucheros y las sopas con lo que tenían a mano. Si su abuela levantase la cabeza vería que sin haber tenido ninguna guerra, ellos también habían tenido que acudir a las viejas recetas.

   Pablo perdió su trabajo hacía ya más de un año. Los primeros meses fue tirando con el subsidio del desempleo, pero éste no duró mucho. Entonces comenzó la cadena de arrepentimientos. Pensaba en que no debía haber comprado aquello o no haber gastado en aquellas vacaciones. Todo era válido para echarse la culpa a sí mismo de su condición. Su condición de parado, de leproso laboral y de lamprea económica de su pareja. Manoli intentaba animarlo diciéndole que no se lo tomase todo tan a pecho, que las cosas se solucionarían tarde o temprano y que mientras tanto, bueno, a apretarse el cinturón y a recuperar los viejos trucos para las épocas de penurias. Todo muro resiste el embate de las olas hasta que un día comienza a agrietarse. Lo mismo le pasó a Pablo. A la fase de culpa le siguó la de desengaño. Se sentía engañado por la sociedad, por el mundo que le habían vendido. Tenían un coche que casi no podían pagar, que había visto un día tras otro en los anuncios de televisión. Al principio le llamaba la atención la fuerza que transmitía el anuncio. Potencia, energía y control. Palabras que el quería en su vida y que el anuncio le exponía varias veces al día, cientos de veces a la semana, miles de veces al mes, hasta que Pablo convenció a Manoli que ese era el coche que necesitaban. Era un poco caro, pero ya lo decía el anuncio, con una pequeña financiación y en tan solo ocho años era tuyo. Y ahí estaban con seis años por delante para seguir disfrutando de la potencia, la energía, el control, y como decía su madre, las letras. Pensó en venderlo pero había coches similares con precios inferiores a lo que les quedaba por pagar, así que no había vuelta atrás. Seis años de condenados a pagar el maldito coche. 

   El tema de la casa fue bien distinto. Necesitaban una casa. Pablo y Manoli llevaban más de diez años juntos, viviendo en casa de sus padres. Pablo compartía una habitación con su hermano Ernesto, que afortunadamente se buscaba otras aficiones los días que sus padres no estaban en casa. Por eso de que Pablo y Manoli pudiesen estar solos un par de horas. En el caso de Manoli no había espacio a la intimidad. Compartía el cuarto con su abuela, que quedaba exenta de aficiones para que la pareja tuviese su intimidad por falta de movilidad. Los años de adolescencia se aguantaban como podían, pero al cumplir los treinta, la cosa se hizo insoportable así que se lanzaron al piso con el aval de la abuela de Manoli y los padres de Pablo. El piso no era gran cosa, dos habitaciones, un salón, una cocina y un cuarto de baño. Nada ostentoso. En principio querían uno de una habitación pero el de la inmobiliaria los convenció para que se lanzasen por uno de dos. Al fin y al cabo no era mucho más dinero, sólo tres años más de hipoteca, y ya puestos ¿qué eran tres años más?. Tres años más de intereses y de usura escondida en brillantes sucursales. Así que después de una hora salieron de la inmobiliaria con todos la documentación firmada. Eran dueños de una flamante hipoteca de treinta y tres años. Después de firmar la hipoteca decidieron que dejarían el tema de la boda para más adelante, para cuando las cuentas hubiesen tomado una bocanada de aire. Al fin y al cabo, como dijo su amiga Gloria, las hipotecas unen más que el matrimonio.

   A todos estos pensamientos acudía Pablo en su aburrimiento. En la soledad del tiempo libre impuesto por el recorte de personal de su empresa. Se sentía engañado, frustrado, acabado y timado. Y entonces ocurrió. La idea le llegó mientras jugaba al mismo videojuego de todas las tardes. La idea para acabar con todo, para vengarse del mundo y no volver a sentirse engañado y estafado. Encendió el ordenador y consultó un par de noticias por la red. Allí estaban, esperándolo a él, esperándose a sí mismos, esperando en las colas de las oficinas de empleo. Un veinte por ciento de la población, aburridos, estafados, enfurecidos y con ganas de sangre. Sin nada que perder pues los bancos eran dueños de todo lo que tenían. Era tiempo de sacar a relucir las viejas recetas. Toda revolución está formada a partes iguales por un gran porcentaje de población descontenta, un par de líderes carismáticos y un medio de comunicación eficiente. Pablo terminó de escribir su correo electrónico cinco minutos antes de que Manoli llegase a casa. 

   El cinco de octubre del año dos mil diez, todos los periódicos nacionales recogían la noticia. Más de un millón de manifestantes se habían apoderado de la capital. El ejército no estaba dispuesto a enfrentarse a toda la vorágine furiosa. El sueldo no merecía tal peligro. La mayoría de los soldados coincidían en ello y los altos mandos no querían comprobarlo. Más de veinte surcusales bancarias ardían víctimas como causa de la rabia acumulada durante un par de años. Otras veinte iba por el mismo camino sin que se supiese cuando pararía todo. Pablo, al igual que otros manifestantes daba rienda suelta a toda la rabia acumulada durante años, sin saber que su correo había sido el detonante de la explosión. 

   Todo esto ocurría mientras en otro lugar del mundo los directivos de una empresa de diseño de videojuegos se daban la enhorabuena. Su último videojuego "Tiempo para la Cólera" había sido un éxito. La inestabilidad política en el país de su principal competidor le daba la oportunidad de hacerse con el mercado mundial. 

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