La conversación se fue haciendo cada vez más
pesada y mis pensamientos solo se centraban en que quería salir de allí y
buscar un bar para tomarme una cerveza. Pensaba que no tiene mucho sentido
dialogar con quien no escucha, bien porque no quiere, bien porque no puede.
Volvía una y otra vez al mismo argumento que justificaba su acción. Me decía
que no había otra manera, que tarde o temprano tenía que pasar porque esas
cosas pasan y que había que aceptarlo. Asumirlo. Como si fuese fácil, como sino
hubiese alternativas. Pienso que siempre las hay, no sé, siempre puedes
intentar parar la agresión, gritar, saltar, morder, pelear o llamar la
atención, pero quedarse mirando no debe ser una opción. Pero la fue para él, y
de nuevo se justificaba. Volvió a contarme la historia desde el principio, como
si yo no la hubiese escuchado antes.
Caminaba por la calle, era tarde y no había
mucha gente, solo los que volvían a casa después de una noche de marcha
cansados y borrachos, solos y alguno acompañado. Y entonces los vio. Era una
pareja joven. El no tendría más de treinta. Ella probablemente un par menos,
pero era difícil de precisar en la oscuridad. Discutían. El la agarró del
brazo, un brazo delgado mientras le decía que no podía irse, que tenían que
arreglar lo suyo. Ella le dijo que no que no había nada que arreglar, que se
había acabado, que estaba cansada de sus
dramas y soltó su brazo con un movimiento rápido. Ella parecía que había
llorado. El maquillaje había corrido hacia sus mejillas. El, un palmo más alto
que ella la empujó hacia la pared con un gesto violento del que ella intento
escapar sin mucho éxito. Ella gritó y me miró. Me gritó. Y no pude hacer nada.
No tengo muy claro que pensé. No se si fue cobardía, o que simplemente no iba
conmigo. Ella intento escapar y el volvió a empujarla contra la pared, esta vez
con más violencia de manera que pude escuchar el impacto del cuerpo menudo de
ella. Ella volvió a gritar, pero no puedo recordar lo que dijo. Su cara
mostraba miedo y rabia. Quizás miedo hacia él, y rabia hacia mi porque no hacía
nada, o quizás rabia hacia él y miedo hacía mi porque no hacía nada. Porque
otro ser humano no paraba esa agresión. Porque miraba mientras su cuerpo
chocaba contra la pared sin que una palabra saliese de mi boca. Y entonces ocurrió.
Rápido. El metió la mano derecha en el bolsillo de su chaqueta y sacó una
pequeña navaja no más grande que un bolígrafo. Ella volvió a gritar diciéndole
que la dejase tranquila, levantando las manos en actitud defensiva. Pero él
apartó sus manos con un manotazo de su mano izquierda y movió su mano derecha
hacia ella. No pude ver la navaja, pero el rostro de ella se contrajo con
dolor. El soltó la navaja y corrió calle abajo mientras ella se desplomaba en
el suelo, y yo seguía parado, mirando como un espectador ajeno a lo que
ocurría.
Volví a escuchar la historia lleno de rabia
pensando que se podía haber evitado, desde el principio, en medio o al final,
pero se podía haber evitado. El siguió diciendo que son cosas que pasan, que
hubiese arriesgado su vida. Su cara me pareció la cara de un hipócrita, de un
cobarde. Una cara que tendría que mirar todos los días cada vez que me mirase
en el espejo.