domingo, 27 de enero de 2008

Ahí te quedas xxxxxx

{donde pone xxxxxx, léase algún insulto, ya que el blog lo ha censurado}

¡Ala! ya lo solté. Llevaba un tiempo pensándolo, controlándome para no decirlo. No era educado, debía de callarme y no obstante ahí estaba, murmurándome en las entrañas, luchando por ser audible más allá de mi cabeza. Queriendo ser realidad. Y claro, hasta que no lo dije no paré, y sin embargo representaba muy bien como me sentía, que opinaba de todo, de mi vida, de lo que estaba viviendo, de lo que estaba sintiendo. Cuatro palabras que soltadas en público lo cambiaban todo, que me hacían vulnerable y cuarteaban con tanta facilidad la máscara que había ido creando dentro de mi día tras día y año tras año. Entre el público seguro que habría alguien con una cámara de vídeo que recogería el momento estelar para enseñarlo una y otra vez en las reuniones de amigos, siempre bajo el epígrafe de como pudo, como se atrevió a hacerlo en aquel momento, menudo tacto y expresiones del mismo estilo. También conocía a esa facción, la siempre comprensiva que intentaría quitarle hierro al asunto, ya sabes, estaba bajo mucho estrés, nos puede pasar a cualquiera o en el fondo lo hizo sin quererlo. Me imagino que iban a decir tus padres, o los míos días más tarde. Es de lo más inadecuado, podía haberse callado, o es imperdonable. Dentro de ese mundo que giraba a mi alrededor estaban tus ojos de cansancio y tu mano temblorosa tras la discusión. Mi rabia y mi decepción que bullían dentro devorándome como un animal hambriento que quería sangre, que buscaba una presa de ojos tristes, como un ciervo que aparece ante un león hambriento. Yo, depredador y tu presa. Sabía como hacerte daño en ese mismo instante, delante de todos, en tu día y no en el mío. Sabía que me equivocaba, que más tarde serían mis lágrimas las que se derramasen sobre la alfombra. Sabía que no tendría solución, que no existe máquinas en el tiempo que te hagan volver atrás para arreglar el daño que iba a hacer, que quedaría en tu corazón para siempre, como un monumento a la crueldad de la gente a la que amas.

Y a ahí estaba, fluyendo hacia mi lengua, preparando a mis cuerdas vocales para que fuesen suficientemente audibles el día de tu boda. Delante de todos, siendo tu testigo de como la estupidez humana iba a desmoronar tu vida en menos de cinco segundos. Salió.

Lo dije y todo se acabó. Cundió el silencio, y luego el murmullo general. Después como en una lluvia de verano, cayó mucha agua, pero en vez del cálido elemento, fueron palabras.

Solo me quedó irme. El daño estaba hecho y esa bestia que habitaba en mi interior se deleitaba del caos y la destrucción que había sembrado. La venganza estaba cumplida. Te había dejado en rídiculo delante de todos tal y como lo hicistes tu aquel día en el colegio cuando todos se mofaron de mi. Había tardado más de veinte años, pero había cumplido uno de mis sueños de niño, devolver la pelota a tu campo.