martes, 10 de marzo de 2009

Reflexiones de la Muerte para un Día Soleado


    La mañana que murió Pablo hacía un tiempo magnífico. Fue uno de los días más luminosos que recuerdo. La tormenta había dado paso a un sol radiante y los charcos reflejaban toda su luz. Pablo se dirigía al trabajo como un día más. Se levantó temprano y preparó el desayuno mientras el ruido de las noticias matutinas llenaba la casa. Tomó un café solo y un par de tostadas con mantequillas y mermelada. Se vistió con un par de vaqueros gastados y una camiseta de la universidad. Metió en su mochila el portátil y bajó apresuradamente las escaleras. La calle lo esperaba llena de color y música y Pablo le respondió con una sonrisa, pues así era Pablo. Sus amigos podrían decir de él maravillas, pero valga a modo de resumen que era un buen estudiante, amigo de sus amigos y con cierto tinte altruista y caballeroso. Su gusto por las plantas y su amor por la naturaleza lo embarcó rumbo a la botánica. Físicamente no se puede decir mucho de él, pero valga como registro escrito que era bajo, de pelo castaño y espaldas anchas. Sus ojos eran marrones, bastantes expresivos y siempre atentos a lo que pasaba a su alrededor.
    Damián llevaba una mañana de perros. Se había levantado tarde y no le había dado tiempo a lavarse los dientes por lo que fue todo el camino hasta el coche lamentándose por su aliento agrio que todavía tenía de la noche anterior. Todavía no conozco a Damián, pero dadas como están las cosas sé que lo conoceré un poco tiempo. Baste escribir que Damián es de esos tipos gruñones que no le han encontrado más significado a la vida que el del dinero. Esa mañana se montó en su BMW dispuesto a ir a la inmobiliaria para cerrar un par de tratos que tenía pendientes desde la semana anterior. Pensar en el jugoso margen de beneficios no indució ni la mínima de las sonrisas, quizás porque solo era un negocio más que iba a añadir algún número a su cuenta. Damián también tenía amigos que veía de vez en cuando, pero la opinión que tenían de éste era bien distinta de la que tenían los amigos de Pablo del difunto. Baste escribir sobre este registro que era egoista y egocéntrico, y que sus amigos eran pequeños carroñeros a la espera de que la bestia se cansase de la carne.
    Los hechos que precipitaron la muerte de Pablo fueron fortuitos, o al menos así quedaron refejados en el informe de atestados de la policía. Para mi fueron distintos. Un coche, un descuído y otro alma de peatón desorientada sobre el asfalto. Hubiese preferido llevarme al conductor pero no me malinterpretes, la justicia se la dejo a otros, lo mio es una cuestión práctica, este tipo de personas siempre me dan más trabajo del necesario hasta que por fin se mueren y paso a llevarme su alma.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Veo que retomas con fuerza la narrativa. Espero que estos días de lluvia que han sustituido a los fríos con nieve te inspiren durante el último bostezo.

Ant_J
PD:A mi NoScript no le gusta tu Google Analytics. A ver quién puede más.

Alice dijo...

Es una pena que en la vida real haya mucha gente como Damián, que apuran hasta última hora en la cama (o con cualquier otra cosa) y luego van estresados al trabajo... y si solo fuera eso que llegan estresados pero lo malo es que alguno no llegan nunca ó ponen en riesgo a otras personas como la vida de Pablo.