viernes, 8 de mayo de 2009

La Araña


  Allí estaba, en el cuarto de baño encima del retrete, al acecho esperando una pobre mosca o alguna polilla distraída. No era muy grande, no más grande que una moneda de un dólar. Tenía el cuerpo alargado con forma de violín. Era de color negro. Por lo demás era igual que otras arañas, con ocho patas y supongo que con ocho ojos mirando todo lo que entraba y salía de la habitación. Oriné con un poco de reparo. La imaginación es un poderoso enemigo en estos casos, y no me hacía ninguna gracia que saltase encima o vaya usted a saber durante el acto de evacuación líquida. Así que me dediqué a mirarla, a vigilarla mientras terminaba.

  A la mañana siguiente había desaparecido, así que me duché con tranquilidad. Pensé que en algún momento se debió de marchar en busca de terrenos más propicios de caza. Al volver del trabajo le comenté el hecho a mi mujer que me dijo que si la veía de nuevo solo tenía que tomar una zapatilla y aplastarla. Así de simple y efectivo. A mi me parecía un poco cruel. Nunca me había gustado las arañas e incluso he declarar en mi contra que poseía una ligera aracnofobia que me hacía saltar como una quinceañera cada vez que una se posaba en mi espalda, pero de ahí a matar un ser vivo por el mero acto del miedo me parecía excesivo. Con estas divagaciones me fui a la cama.

  A mitad de la noche me levanté para beber agua e ir al cuarto de baño y allí estaba de nuevo. En el mismo sitio, sobre el retrete. Conforme me movía en la habitación pude contemplar con horror como ésta me seguía, cambiando su posición para tenerme siempre a la vista. Fui por una zapatilla tal y como me había dicho mi mujer pero desistí convencido de que se iría en algún momento. Una hora más tarde y rozando las cuatro de la mañana pude entrar en el cuarto de baño y orinar con cierta inquietud. Que no la viese no significaba que no estuviese allí. Al día siguiente preferí no decirle nada a mi mujer, a sabiendas de que me miraría con la misma cara de estupefacción  que utilizaba cuando hacía alguna tontería. Durante el desayuno estuve consultando en la red que tipo de arañas tenían esa forma y descubrí con preocupación que podía tratarse de dos especies distintas físicamente muy parecidas. Una de ellas era un tipo de araña común de Norteamérica, de hábitos nocturnos y con un tiempo de vida medio de año y medio. La otra era un tipo menos común, también se encontraba distribuída por la franja norteamericana que separaba los Grandes Lagos del océano Atlántico. Ésta tenía la particularidad de que tenía un potente veneno que si bien no era mortal, necrosaba el área de la picadura. En otras palabras, que matar no mataba pero el veneno pudría literalmente toda la carne con la que estaba en contacto. Las fotos no eran más esperanzadoras. Se veían manchas pulposas y ennegrecidas alla donde antes estaba la mano. El autor de la información decía que no obstante era fácil diferenciarlas, la inofensiva poseía ocho ojos, la peligrosa seis. Se me antojó que tal diferenciación no debía ser tan fácil como decía el autor, ya que no me veía de madrugada encaramado entre el retrete y el lavabo contando los ojos de una araña potencialmente peligrosa, todo mientras mi mujer dormía en la habitación adyacente roncando como un animal de granja.

   Esa noche volvió a aparecer. Esta vez en el quicio de la puerta, esperando a otro pobre insecto o en su defecto a un escritor hipocondríaco. Intenté contar el número de ojos que poseía desde una distancia segura como podía ser desde la puerta del dormitorio. No había manera. A duras penas podía distinguir las ocho patas. Así que se me ocurrió tomar una instantánea con la cámara de fotos digital y una vez en el ordenador ampliarla para contar tranquilamente el número de ojos que poseía. Casi desperté a mi mujer en el acto de buscar la cámara y tomar las fotos pero finalmente tuve una docena de ellas que pasar al ordenador. Por desgracia el sonido del inicio de "Windows" despertó a mi mujer, que me gritó desde la cama que dejase de hacer tonterías y volviese a la cama. Resignado volví prometiéndome que volvería a la mañana siguiente para aclarar la duda de una vez por todas.

   Endendí el ordenador tras el desayuno,  mientras mi mujer se duchaba y pasé todas las fotos al ordenador. Al ampliar las fotos descubrí que estaban borrosas. Todas estaban borrosas y en ninguna contarse cuantos ojos tenía la araña. Pasé todo el día preocupado, creía haber contado seis ojos pero no estaba seguro, así que volví a esperar hasta que la hora de caza. No pegué ojo hasta entonces. A las dos de la mañana me levanté sigilosamente y fui hasta el cuarto de baño. Allí estaba. Me acerqué poco a poco, temeroso de que saltase. Se movió, primero lentamente y luego con más rapidez hasta situarse frente a mi. Sentí como me observaba preparada para atacar si era necesario. De pronto el silencio quedó roto por la voz de mi mujer, "Coño Paco no te he dicho que matases a la puta araña y dejases de hacer el idiota". Sin mediar más palabras se descalzó y de un rápido movimiento la aplastó.

   En cuanto se volvió a quedar dormida cogí su zapatilla y me fui hasta la cocina. Con una lupa intenté contar los ojos en el cadáver aplastado, pero era imposible. Volví a la cama frustrado mientras sabía que siempre me quedaría la duda de si tenía o no seis ojos, y lo que era peor, si habría dejado alguna descendencia con instintos vengativos.

6 comentarios:

Nicolás González dijo...

Me ha encantado, me siento identificado con el protagonista.

Kandela dijo...

Al final vas a conseguir que me haga adicta a tus historias: bien narrada, aunque no sé si debo preocuparme porque haya más dulzura en el desarrollo de personajes arácnidos que femeninos. Mira que Baroja pasó a la posteridad como misógeno...

El Oso que Mira desde la Colina dijo...

Nico me alegro de que te haya gustado, parece que compartimos los mismo genes de aversión a los arácnidos.
Por cierto enhorabuena por el premio.

El Oso que Mira desde la Colina dijo...

Sería todo un orgullo que te hicieses adicta a mis historias. Respecto a lo de la dulzura arácnida, bueno, he declarar que salvando notables excepciones, tengo más relación con las arañas de casa que con el mundo femenino en general... lo que tiene estar en el exilio.

Unknown dijo...

Bueno, por fin he conectado con tu blog, me ha costado eh?, ha sido Nico quien me dió la puntilla, y sí me ha gustado la araña, muy propio de un insomne aracnofóbico. Ganaré tiempo para seguirte, un beso

El Oso que Mira desde la Colina dijo...

Gracias por el comentario. Me alegro de que te haya gustado. Quien me iba a decir que el cuento de la araña iba a tener tanto éxito. Habrá que probar formulas parecidas que al menos os saquen algunas sonrisas.