viernes, 17 de agosto de 2007

La Canción de la Abuela Paca

Mi abuela me contó una vez que en los tiempos en que vivimos nuestra sangre ya no es necesaria, que somos una canción perdida que sólo los locs pueden escuchar y que la luna ya no teje con nuestros hilos. Mi abuela era una mujer fuerte, de alma madrugadora y sonrisa enigmática, de esas que saben que las tormentas traen algo más que agua y viento.

Criada bajo las sombras de la montaña no salió nunca del pueblo con sus pies. Le gustaba cantar mientras hacía punto, decía que para atar un sentimiento bello a mi bufanda. Cuando compraba pan se colocaba una moneda de cobre bajo la lengua, decía que para que nunca se acabase. Los días de lluvia pintaba con tiza un círculo en una gran olla de cobre que guardaba en el desván y la colocaba fuera de casa, decía que para alimentar al hambriento trueno. La mala suerte la ahuyentaba colocándoles cascabeles a los gatos. Sus huesudos dedos jugaban con las cartas como el que escribe cartas de amor. Bebía licor de miel para que su voz no temblase jamás por el miedo, pues decía que era el secreto de los valientes.

Todavía no había empezado a andar cuando mis padres murieron en un incendio. Como no tenía más familiares la abuela se hizo cargo de mi. Me hizo una cuna con el tronco hueco de un árbol que varios vecinos ayudaron a tranportar hasta su casa, pero finalmente sólo sirvió para que su gato durmiese en ella ya que sólo me quedaba dormida si me hacía un hueco en su cama. Crecí y dejé de perseguir a las gallinas para ganarme la vida remendando las ropas viejas de los del pueblo mientras la abuela cuidaba del huerto. Algunas veces venía alguna vecina para que la abuela le aliviase un dolor de huesos con algún ungüento o le enseñase a coger buenas setas. Otras simplemente se reunían ella y otras comadres alrededor del fuego a jugar a las cartas mientras buscaban pareja a las jóvenes casaderas.

Y una mañana desapareció. En el pueblo la intranquilidad corrió como una riada ya que la abuela Paca era conocida por todos como la vieja que arreglaba lo torcido por un poco de leche y pan. Los secretos que su lengua atesoraban se fueron con ella y poco a poco los niños del pueblo volvieron a tener pesadillas. Éstas como sombras los acechaban esperando que cerrasen sus ojos. Lobos, ogros, sangre y gusanos. Pústulas y abandonos susurraban el oído de los soñadores que despertaban entre llantos y gritos. Semanas más tarde los niños comenzaron a enfermar. El médico del pueblo se consumía en la ignorancia pues sus remedios nadan podían hacer con la enfermedades que acosaban a los infantes. La falta de sueño espesaba su sangre hasta que nada podían hacer, no jugaban ni reían, y el pueblo se rindió a la desesperación.

Recordé que un día siendo muy pequeña, la abuela me llevó al bosque en busca de hierbas para curar algunos males. Busqué entre sus cacharros por si encontraba algo que me ayudase a curar a los niños, pero nada, ni hierbas ni ungüentos para curar los malos sueños que espesan la sangre. Entonces me acordé de la canción que mi abuela cantaba cuando tejió mi bufanda. “Teje la araña una nana para que los niños duerman. Teje la araña una nana que la pesadilla tema. Hebra de lana para que su boca no abra, hilo de seda para que sus ojos no vean. Teje la araña un capullo en el que la pesadilla duerma, bajo el cielo estrellado donde los sueños sean, sean la luz bajo la que la araña teja”

Así una noche tomé la bufanda que mi abuela me había tejido y caminé hasta la montaña para buscar a la pesadilla. El camino era tortuoso, lleno de piedras afiladas que dañaban mis pies. Cuando llegó la medianoche encontré su rastro. No era difícil de seguir, huellas de plata y sangre se deslizaban por el camino. Tomé un sorbo de licor de miel para que mi voz no temblase y continué hacia la cima de la montaña a donde se dirigía el rastro. Cuando mis pies tocaron las piedras más altas la vi. Bailaba bajo las estrellas vestida con escamas verdes, sonriente y con grandes manos. Mitad sombra, mitad viento. Bailaba con luces de colores que venían del pueblo, algunas reían y otras jugaban alrededor de la pesadilla, mientras esta siseaba y sonreía. De vez en cuando abría su gran boca y tragaba una de las luces de colores al mismo tiempo que escupía un gusano de sangre que desaparecía en el suelo.

Entonces ocurrió, salió la luna y la pesadilla comenzó a sisear cada vez más fuerte al tiempo que las luces comenzaba a bailar frenéticamente alrededor de su boca. Supe que ese era el momento. Salté ante ella y agarré su largo cuello con mi bufanda. Gritó y silbó hasta que mi pelo se volvió cano y mi piel se arrugó con el terror. La bufanda se fue estirando rápidamente y fue envolviendo a la pesadilla como por arte de magia hasta que la cubrió totalmente, mientras ésta no dejaba de agitarse y silbar. De pronto dejó de moverse. El capullo que había creado la bufanda se estiró sobre si mismo, se elevó unos metros y desapareció con un sonido seco como cuando se golpea con un gran libro una mesa.

Quedé muy cansada y bajé al pueblo por el mismo sendero que había seguido a la pesadilla. Bajo la luz de la luna llegué a casa a duras penas, tanto que me quedé dormida en la mecedora de la puerta.

Me desperté con la risa de los niños. Cantaban una canción mientras bailaban a mi alrededor.

La abuela Paca, la abuela Paca. Flaca como un palo y blanca como la luna. Cuelga cascabeles a lo gatos y plumas a las cunas. Se mece todas las noches, esperando que llueva. Canta todas las noches despacio, la nana de las cuevas. Teje, teje como araña esperando que mañana no veas, la bella red con la que caza cosas feas”

4 comentarios:

Kandela dijo...

Ahora ya sé de dónde vienen esa abuelas sabias que nos crían. Esto lo explica todo...

(Un pequeño pero: dos párrafos seguidos empezando por "entonces", estilísticamente pobre, no proporciona más ritmo y no aporta significativamente nada nuevo. No me cortes por ello la lengua)

Anónimo dijo...

Ta bien, pero desconcierta el cambio del final del yo-masculino-narrador al femenino de la abuela y queda como confuso.
También cuando dice "salté sobre ella y agarré su largo cuello" me pareció que saltaba sobre la abuela (a lo mejor era lo que yo esperaba del narrador)no sobre la pesadilla.
Lo del licor de miel me suena...

El Oso que Mira desde la Colina dijo...

Corregido, veo que mejor. Gracias por los comentarios.

Alice dijo...

Me gusta la fantasía que le pones para la canción de la abuela pero no entiendo que tiene que ver este capítulo con los anteriores, pero ¿de quién era esa abuela?