viernes, 10 de agosto de 2007

El té de la mañana

El agua había comenzado a hervir. Tomó la tetera con un par de cucharadas de té negro y un poco de corteza de naranja. Vertió el agua y esperó. Mientras pensaba en Gabriel, el chico extraño al cual había alquilado la habitación. Las primeras semanas de convivencia fueron complicadas y aún así se habían ido adaptando el uno al otro. Tenía horarios intempestivos. Trabajaba, según decía, en un proyecto de último curso de una carrera de letras. El tema de trabajo, los sueños a lo largo de la literatura. Por no hablar de esas extrañas conversaciones telefónicas que mantenía a medianoche.

El té estaba listo de manera que tomó el colador y se sirvió una generosa taza. Añadió algunas gotas de leche y un par de cucharadas de azúcar. Camino del estudio se encontró con Gabriel. Sus ojeras hablaban por él. Había vuelto a tener una larga noche de trabajo junto a los libros con los que tan comúnmente lo veía. Julián hubiese preferido que hubiese venido de alguna juerga. Hubiese sido menos preocupante. Se saludaron con un forzado buenos días y cada uno siguió con su camino. Gabriel a la cocina y Julián al estudio. Otra cosa que lo inquietaba era que tras un par de meses los datos que había acumulado sobre Gabriel eran escasos. Parecía como sino tuviese otra vida que no fuese la de los libros que atesoraba y leía noche a noche con una ansiedad obsesiva. Calculaba en unos trescientos volúmenes los libros que se habían ido sumando a los suyos durante estos últimos meses. Eso sí de temática lejana a lo que él había estado leyendo. Historia y mitología griega y romana, esoterismo, psicología, metafísica y algo de anatomía. Esto último lo recuerda con especial desagrado ya que hojeando estos libros fue donde encontró fotos sobre la disección de un cerebro, fotos que le dieron pesadillas durante un par de días.

Se sentó delante del ordenador, y mientras se encendía tomó un sorbo de té. Sus pensamientos sobre Gabriel fueron sustituyéndose por pensamientos sobre la casa. Estaba muy orgulloso de cómo había quedado ésta, en especial de su dormitorio y el estudio. Con el primero todavía no se había decidido a poner el cabecero barroco que había encontrado sobre su cama, pero aún así le gustaba sentarse delante de él algunas noches y seguir observándolo. Con cada vistazo aparecían nuevos detalles que desplazaban su atención sobre los descubiertos días anteriores. Descubrió un gato que sonreía como el del cuento de Lewis Carroll, incluso uno que le recordaba mucho al gato de Silvia, Hamlet. Descubrió un barco sobre el mar que se veía al fondo. Descubrió lo que parecía un ángel que espiaba desde una nube como si estuviese al acecho. Descubrió que la vieja que compraba el pan se parecía mucho al retrato de un cuadro ajado que encontró cuando hizo la primera limpieza y si algún momento pensó que esto era una mera casualidad, le inquietó más el hecho de que curioseando con una lupa la vieja miraba al espectador de la cabecera. Se sorprendió con hasta que punto habían prestado atención a los detalles de la cabecera.

Tentado por el mundo exterior se puso a hojear algunos periódicos digitales mientras bebía el té con sorbos cortos. Todos contaban las mismas cosas. La situación política del país, que no era muy distinta a la de hace un año, dos partidos enfrentados por el poder como dos perros hambrientos que se pelean por el mismo trozo de carne. Algún fichaje nuevo de algún equipo de fútbol. Seguían muriendo inocentes, y no tan inocentes en oriente próximo. Al llegar a las secciones de cultura se sorprendió así mismo leyendo con todo detalle las críticas de los nuevos libros, cosa que se juró que no haría mientras escribía el suyo. Había una nueva exposición en el museo de arte moderno de la ciudad llamada “Sueños mientras el mar susurra”. Pensó que quizás fuese una buena ocasión para invitar a Silvia y a su amiga rubia a dar un paseo.

Terminó el té y fantaseó un poco con las figuras que habían formado los posos. Podían ser cualquier cosa, un gato, una nube o una niña pequeña. Cerró todos los periódicos y dejó de imaginar como sería un encuentro con la amiga de Silvia. Abrió el archivo del capítulo con el que estaba y…

… entonces ocurrió se escuchó un fuerte silbido seguido de un golpe seco que hizo temblar la casa.

… venía de la cocina, donde estaba Gabriel.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno, el mejor. Estupendas las reflexiones del personaje-narrador en torno al té, cómo lo hace introvertirse y muy bien también cómo salta a sus temas obsesivos, el inquilino y el cabecero de la cama, que no sabemos si llegarán a estar relacionados...

Alice dijo...

Mientras voy leyendo este relato se me van ocurriendo ideas para la historia de “junto al cabecero de robles”. Me esta gustando mucho.