viernes, 10 de agosto de 2007

Un martes cualquiera (Artista invitada: Kandela)

Silvia se ha levantado con dolor de cabeza. Demasiadas historias en su cabeza. Lo que le contó anoche Julián le parece afán de protagonismo. Su mejor amigo se parece en eso a su hija, que no se les puede dejar solos, no paran de llamar su atención. Y Julián es propenso a inventarse historias. Ahora que se acaba de comprar una casa con vistas al cementerio tiene la excusa perfecta. Que su inquilino es raro. Raro es el nuevo director que no para de criticarla, que si coge el violín de forma rara, que si ha desafinado. Ella no desafina, lo sabe todo el mundo. Y el violín suena perfecto, no desafina tampoco el violín. Pero el tipo este no para de darse importancia. Supone que por el mismo motivo que todos, está desplegando su cola de pavo real ante la jovencísima y guapísima Claudia, la pianista estrella.

Dolor de cabeza y de ovarios. Mira sus braguitas nuevas manchadas y piensa que no ha podido empezar peor su día. Le espera un nuevo atasco, un nuevo día de perros, llevar a su hija a la guardería, mostrarse sonriente para que María no se preocupe. Y no sabe cómo pero aun así preguntará si pasa algo raro, como si tuviera un sexto sentido, tan intuitiva como Julián. A lo mejor me sale escritora también, piensa. Y se pregunta cómo va a tocar bien si la música se siente, y lo único que siente ella últimamente es ganas de escapar. A lo mejor podría darle ese matiz al violín, pero se teme que no gustará especialmente al nuevo director, tan minimal él, tan propenso a los sentimientos contenidos.

Se levanta despacio, intentando no hacer ruido para que María duerma plácidamente cinco minutos más y ella poder tomar su café en silencio, disfrutando de la brisa del mar en la terraza. Como todas las mañanas su gato se despierta con ella y comienza a ronronear, le acaricia y se apoya sobre su pecho, reclama sus mimos y juega cinco minutos con él, con desgana, con cariño, ese gato rubio y blanco que la vuelve loca. Se lo regaló su hermana al poco de separarse, para que no faltara un macho dominante en casa, menudo humor negro que tiene la jodía, piensa cada vez que la ve. Y no se le ocurrió otra cosa que llamarle Hamlet, por sus andares de príncipe, y por aquello de que los gatos pueden hablar con los muertos. Pues espero que no, le contestó ella y el primer día que pisó su casa, tan pequeñito que hasta su propia hija tuvo ganas de protegerlo.

Un café y una ducha rápida. El gato la ha entretenido demasiado y ya llega tarde. María duerme plácidamente, agarrada a su peluche, un osito rojo y blanco que ya ha pasado por varios primos y tiene un aspecto sucio y desarrapado pero que teme tirar porque parece el juguete favorito de su niña. Se frota los ojos, cómo te gusta dormir, mi amor, la susurra, ya tienes preparada la leche, corre.

Se termina de vestir, de pintar, de vestir a su hija, que también se quiere pintar pero que no la deja, que eres demasiado pequeña, cielo, cuando crezcas, y la niña protesta pero en seguida se distrae con el gato, que corre por el pasillo hasta esconderse debajo de la cama. En el coche pone las Variaciones de Shöenberg a ver si así se relaja. Saluda al portero, ata a la niña y al doblar la esquina, por un momento y sin estar demasiado segura le ha parecido ver una figura por el espejo retrovisor parecida a la descripción que le dio la noche anterior Julián: un tipo alto, joven, moreno, con gafas de pasta negra. Tendrá que preguntarle si usa unas Converse All Star en azul desgastado y una camiseta de Pearl Jam.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

De mal gusto el comentario sobre las braguitas.

Alice dijo...

Sin comentarios porque pienso lo mismo que tu madre… jejeje.