sábado, 4 de agosto de 2007

El Inquilino

La tarde caía sobre la ciudad cuando Silvia terminó su ensayo. Estaba cansada y quería volver a casa, darse una ducha e irse a la cama. Lo necesitaba, hoy no había estado especialmente inspirada con el violín y quería olvidarse de su día de trabajo. Estaba buscando las llaves del coche cuando recibió una llamada de Julián. Le dijo que quería hablar con ella, que ayer había tenido un día un poco raro. Tras un par de evasivas, finalmente accedió a una cena rápida en el paseo marítimo. Pensó con resignación que la ducha tendría que esperar.

Lo primero que le dijo Julián es que había logrado alquilar una de las habitaciones. Recibió una llamada ayer por la mañana de un chico con voz grave que quería alquilar una habitación en un lugar tranquilo y céntrico. Quería ver la habitación cuanto antes, pues decía que sólo estaría un par de días en la ciudad y a su vuelta quería tener solucionado el problema del alojamiento. Julián prosiguió describiendo al chico. “Alto y delgado, muy serio, con gafas de pasta negra que escondían unos ojos negros que no paraban de mirarme fijamente”, dijo. “Se presentó como Gabriel. Estuvo mirando la habitación y las vistas. Le pregunté si le disgustaban las vistas al cementerio, que si era así podía acomodar otra de las habitaciones, algo más pequeña, que mira al mar. Dijo que no hacía falta”. Paró su relato para morder un pedazo de pizza. Silvia lo miró y le preguntó si al final se había quedado con la habitación. Julián le dijo que sí y que le había pagado de inmediato, de manera que Silvia le preguntó que entonces dónde estaba el problema. Julián soltó un largo "pues..." de manera indecisa. “Verás, lo extraño ocurrió después” dijo, “Cuando se fue, me dijo que quería dejar unas cosas en la habitación y que necesitaría un par de estanterías”. “Dejó una caja con libros y una lámpara antigua de esas de los barcos que funcionan con aceite y se fue diciendo que volvería en una semana”. “Anoche estaba a punto de irme a la cama cuando sonó el teléfono, cuando lo cogí no escuché a nadie al otro lado del auricular pero escuchaba el sonido del mar, como en una caracola de manera que colgué”. Silvia le dijo que seguramente habría sido una equivocación y que al no escuchar una voz conocida no le contestó. “Ya, eso pensé yo, pero lo extraño es que mientras intentaba escuchar alguna voz me pareció ver que había luz en la habitación que había alquilado. Al colgar, la luz se apagó. Cuando me acerqué a la habitación todo seguía como la dejé, con la caja de libros y la lámpara”. Silvia le dijo que podía haber sido alguna luz que se colase por la ventana. Julián la miró con cara de preocupación y le dijo que prefería que la luz viniese de la habitación ya que la única ventana que tenía daba al cementerio.

Tras la conversación sobre el nuevo inquilino de Julián, Silvia desplazó la conversación a otros derroteros menos inquietantes. Le preguntó cómo iba su libro, que si le quedaba mucho. Él le dijo que no había tenido mucho tiempo para escribir durante la mudanza y los arreglos de la casa, pero que ahora que había terminado la vorágine, había vuelto a sentarse delante del ordenador sin mucho éxito. Estaba atascado en la trama argumental ya que veía que iba a perder el interés del lector si no buscaba algo que lo enganchase. Comenzó a describirle parte de la trama pero cuando Silvia bostezó con cierto disimulo, Julián comprendió que su amiga estaba realmente cansada, de manera que se disculpó y le dijo que era tarde, que era hora de volver a casa.

Cuando Silvia se puso bajo el chorro de agua de la ducha no se lo podía creer. Había sido un día realmente largo. Dejó que el agua caliente corriese y corriese por su cuerpo, dejando que arrastrase la tensiones del día, incluidas las preocupaciones que le había contagiado Julián. Pensó en lo que le había contado. Ciertamente era extraño pero seguro que había una explicación para todo aquello, y tarde o temprano se enterarían.

4 comentarios:

Kandela dijo...

Estoy segura de que sabes qué va a pasar con el tipo de las gafas de pasta negra y Julián. Me gusta que toque un instrumento la chica.

Anónimo dijo...

Encuentro que hay una transición brusca entre el primer párrafo y el segundo: parece que Julián sigue hablando por teléfono. Nos damos cuenta de que ya están juntos en el Paseo Marítimo cuando Julián mordisquea la pizza, que aparece como por ensalmo. Los lectores siempre necesitamos que nos sitúen, para poder seguir mentalmente el hilo de las acciones.

Kandela dijo...

Para eso está el punto y a parte. Creo que, por la brevedad del texto, no hace falta mayor aclaración. Los datos que hay que dar en un texto corto son los justos para resaltar lo que quieras. Si se entretiene en dar de talles tipo "ya en el paseo" esté redundando en algo lógico por la propia consecución de hechos. Algunos lectores no necesitamos tantos detalles para sumergirnos en una historia.

Alice dijo...

Muy chulo el capítulo sobre todo cuando describes lo del tlf y la luz (la intriga que le das) ya te dan ganas de seguir leyendo el siguiente capítulo para ver que pasa.