viernes, 27 de febrero de 2009

Miradas de gato

      Laura y Pablo llevaban bastante tiempo sin unas vacaciones reales, unas vacaciones que pudisen descansar y dedicarse un poco de tiempo a ellos. Estos últimos años habían pasado como un suspiro, sobre todo tras el nacimiento de Bruno. Habían pasado muchos pañales y biberones de madrugada. Muchas vacunas y toses. Los primeros dientes y los primeros días de guardería. Todo pagado con risotadas y caritas que hacían temblar el corazón de todo el que mirase al pequeño Bruno. Pero la felicidad y la dicha también necesitan descansar de manera que Laura convenció a su hermano Gabriel para que cuidase a Bruno durante diez días.

      Bruno era un niño de ojos grandes, ni azules ni marrones, coronados por largas pestañas que resaltaban su cara de niño bueno con una mirada de interés y curiosidad. También tenía su cara de pillo que ponía cuando montaba en triciclo o dibujaba en la pared con sus lápices de colores. Sin causa aparente le daban miedo los perros, pero le encantaban los gatos, en especial el gato de la vecina, al que sometía a brutales caricias de niño de cinco primaveras. Gabriel era Gabriel, o al menos así lo definía su hermana. Introspectivo y ausente, siempre absorbido por sus libros y su música. Ajeno a la realidad cotidiana que lo rodeaba. Escondido tras sus gafas de pasta negra. Zaratustra era la gata de Gabriel, o dicho de una manera más cercana a la verdad, Gabriel era el dispensador de alimentos y distracción de su gata. Zaratustra era una enorme gata blanca de ojos verdes y movimientos pausados. Amaba el atún, mirar por la ventana y acostarse en el regazo de Gabriel mientras éste leía.

      Lo que empujó a Laura a confiarle a su primogénito, a parte claro está de las deseadas vacaciones, era que a pesar de vivir en un mundo alternativo, Gabriel era una persona responsable. Así que una mañana, Laura y Pablo dejaron a Bruno, sus juguetes, su comida y su rabieta por el temporal abandono en la ya no tan silenciosa casa de Gabriel. Los primeros minutos fueron para Gabriel una tortura. Para Bruno una mortal herida causada por el abandono de sus progenitores. Gabriel, no sabiendo que hacer lo dejó patalear en el salón mientras buscaba a Zaratustra.Ésta debía haberse escondido en lo más profundo de un armario, asustada por los gritos del sobrino de Gabriel. En su búsqueda dejó de escuchar los gritos de su sobrino, y preocupado por el silencio que volvía a reinar en la habitación volvió al salón. Cual fue su sorpresa cuando se encontró a su sobrino jugando con Zaratustra, mientras esta aguantaba estoica las caricias a contra pelo del niño. Dejó a Bruno con la gata y volvió al libro que llevaba varios días devorando. Tras un buen rato escuchó unos pasitos acercándose a su habitación y vio como la cara de Bruno aparecía por el quicio de la puerta. Tímidamente éste entró en la habitación y se dirigió hacia Gabriel. Primero lentamente y con una carrera en los últimos pasos. Al llegar a él, abrazó su pierna mirando al suelo y le pidió de comer. Gabriel fue hasta la cocina y le preparó un puré de verduras, que el niño comió con resignación. Acostó a Bruno y volvió resignado al libro que traía entre manos. Al rato cayó en la cuenta que Zaratustra no estaba en su regazo. La encontró dormida a los pies de Bruno, enrroscada sobre si misma y con su respiración acompasada con la su protegido.

      Los días pasaron, y la incomodidad inicial se fue sustituyendo por un sentimiento de cariño hacia la pequeña criaturita. Bruno se había ido ganando poco a poco el corazón de su tío, aunque éste seguía siendo tan introvertido como siempre. Todas las noches Gabriel le contaba cuentos antes de dormir, pero salvo en estas ocasiones, éste no le prestaba mucha atención. Así Bruno volvió su atención sobre Zaratustra. Ésta paseaba por la casa siguiendolo. Algunas veces jugaba con un hilo o una pelota vieja para hacer reir al pequeño. Bruno por su parte empezó a sentir curiosidad por el gran tiempo que Zaratustra invertía mirando por la ventana. Una tarde Gabriel los vio mirando silenciosamente a través de la ventana. Esa misma noche le preguntó a Bruno por el suceso. Éste le dijo que no estaba mirando la calle, sino que estaba mirando a través de la ventana, como hacían los gatos.

      Dos días más tarde Laura y Pablo recogieron a Bruno y la vida de Gabriel volvió a su cauce. Por la mañana iba a trabajar a la librería y por la tarde leía o escuchaba música. A veces quedaba con algún amigo, pero ésto no era muy a menudo. Cada uno tenía una vida bastante ocupada, algunos con niños, otros con pareja pero en general todos bastante lejos de los días de la facultad. Una tarde Laura lo llamó y lo invitó a cenar. Fue una velada bastante agradable. Bruno se veía más activo de lo que se veía en su casa, corriendo con el triciclo de un lado para otro, siempre con la cara de pillo. Parecía otro niño. Esa misma noche, Gabriel le preguntó a Bruno si ya no miraba por la ventana como hacía en su casa. Éste le contestó que solo lo hacía al principio pero que después encontró el triciclo que era más divertido.

      Gabriel no le dio importancia hasta un día que levantó la vista del libro que estaba leyendo y vio a Zaratustra mirando por la ventana. Se sentó al lado de Zaratustra y miró por la ventana. Al principio veía la calle, personas paseando e incluso a algún perro, pero Zaratustra parecía no inmutarse. Gabriel estuvo un rato mirando a la calle y a Zaratustra, pero se dio por vencido. Se fue hacia la cocina pensando que que no tenía la menor idea de lo que hacía su gato. No llegó a darse cuenta de que Zaratustra seguia mirando a través de la ventana con exactamente la misma atención con la que Gabriel había estado leyendo un rato antes.

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