La lluvia golpeaba los cristales de la ventana con un sonido rítmico, casi hipnótico. Era fácil dejarse llevar para no pensar en nada más. Era una buena solución antes de que el destino volviese a dar una buena mano. Pero el tiempo no estaba conmigo de manera que dejó de llover, y la casa volvió a quedarse en silencio, con todo lo que éste significaba. Casi como una imposición salí de casa a pasear, a escapar del silencio que incentivaba peligrosamente mi memoria. Tomé el primer callejón a la derecha como en una huída precipitada, una huída de la ausencia.
El callejón era demasiado estrecho como para que pasase ningún coche. Carecía de puertas, solo ventanas que casi se tocaban de forma obscena. Uno de los edificios se encontraba recostado sobre uno de sus cimientos dando una sensación más claustrofóbica si cabe. No llovía, pero tampoco salía el sol. Me adentré más si cabe en el callejón, en busca de algún sonido, de algún gato que rasgase esa mortaja que comenzaba a ahogarme, pero lo único que encontré fue una pared de ladrillo. Fría e imponente. Me apoyé en ella, pegando mi oreja a su superficie, rezando por escuchar el más leve ruído. Pero nada. Solo el ruído de mi corazón asustado me respondió, mientras la pared parecía reírse para sus adentros. Quise gritar, pero me daba miedo escuchar solo mi voz de entre el silencio, sin la mínima respuesta.
Volví a salir del callejón, corrí por la calle en mitad de la noche, buscando algún sonido, algún ronquido despreocupado, alguna pareja jadeando deseo, alguna pelea interspectiva, pero la humanidad parecía complice de mi soga. Llamé a una puerta, primero con unos tímidos golpes que un instante después se convirtieron en patadas desesperadas. Entonces se encendió una luz y pronto la realidad volvió a mi. Tomé conciencia de que estaba en pijama en mitad de la noche, en mitad de la calle y corrí de regreso a casa, asustado por mi locura, asustado de lo que los demás podrían decirme en semejante estado.
De nuevo en casa el silencio me recibió con un abrazo. Entré en el dormitorio y me senté en la cama. Allí estaba la fuente del silencio, junto a mi. El silencio manaba del hueco donde dormías. El hueco manaba de tu ausencia. De la falta de tus palabras y de tus caricias. Manaba de la silueta imperceptible que habías dejado en la almohada todas las noches que te abrazabas con el brazo derecho a ella, mientras extendías el otro para tocarme. Y de nuevo el silencio, como tu fantasma se me volvió a aparecer. Aterrado, agarré unos pantalones, las llaves del coche y la cartera. Corrí hacia de el garaje y arranqué tan rápido como pude para alejarme de ti, de tu ausencia, del silencio que había hecho suyo tu fantasma.
El ronrroneo del coche me recibió como un gato amigo, que con su mirada felina me propuso escapar. El sur era buena opción. Puse la radio, sonaba una canción para alejar fantasmas. Subí el volumen mientras salía de la ciudad con el ritmo de los Who. Baba O´Riley siempre me pareció una buena canción para la banda sonora de mi vida.
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1 comentario:
No quiero ser ningún fantasma. Me gustaría ocupar siempre el hueco de la derecha.
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