La tarde había sido realmente agotadora. Demasiado trabajo. Demasiado ruido. Demasiados asuntos que en el fondo no le importaban a nadie. Alejandro llegó a casa sobre las siete, tras una hora de atascos en el centro de la ciudad. Comenzaba a desnudarse para darse una reparadora ducha de agua caliente cuando lo llamó Julián. Había quedado a las nueve con Silvia y Pablo para echar unas pintas en el irlandés de la esquina. Aceptó sin muchas ganas. Hacía tiempo que no los veía y sabía que aún cansado, terminaría por agradecer algo de contacto humano.
Dos horas más tarde se encontraban en el pub. Todo seguía como lo recordaba, los bancos de madera, el olor a cerveza negra, la luz tenue, la publicidad de Guiness y la indicación de “Five miles to Cork”. Se sentó al fondo de la habitación, junto a la gramola que había sido la razón de más de una discusión sobre música con Silvia. Era el primero. El camarero se acercó para preguntarle que quería beber. Era nuevo y su acento de ciudad le pareció que le quitaba encanto al sitio. Prefería al viejo Erick, el dueño del pub. Un irlandés entrado en años con ojos azules de mirada dura y pocas palabras. Julián aseguraba que llevaba algunos asuntos turbios en la ciudad, y actuaba de intermediario entre algunas mafias locales. Pidió una pinta de Murphy como siempre. El camarero se la trajo junto a un plato de cacahuetes en el mismo instante que entró Julián por la puerta. Parecía nervioso. Algo había pasado. Se sentó frente a Alejandro y tras un seco “Hola” pidió una pinta de Guiness. Julián le hizo las preguntas de cortesía que contesto carente de entusiasmo. Intercambiaron miradas de soldados derrotados que bien podían haberse traducido con un “estamos listos”. Afortunadamente antes que empezase un nuevo asalto fueron salvados por la campana. Pablo entró tarareando la Cabalgata de las Valquirias de Wagner, con la sonrisa de un gato que se ha comido un canario y un nuevo corte de pelo al estilo años veinte. Saludó con un efusivo “Hola gente, ¿Cómo va todo en el planeta Tierra?”. Las contestaciones fueron un poco forzadas, pero Pablo no pareció darse cuenta. Se volvió y le pidió otra Guiness al camarero mientras se encendía un cigarrillo. Cruzó una pierna sobre la otra, y exclamó “Dios, chicos, parece que habéis salido de un entierro, ¿Qué os ocurre?”. Alejandro se encogió de hombros y dijo, “no sé, lo de siempre, supongo, mucho trabajo y…” Pablo continuó la frase “…poco sexo, si eso se te ve en la cara” y volvió a sonreír “nada que no tenga solución, ¿y a ti?” preguntó mientras miraba a Julián. “Problemas con mi inquilino, por eso os llamé. Pasan cosas demasiado extrañas”. Antes de que continuase, apareció Silvia por la puerta. Vestía vaqueros y camisa blanca. Los miró escondida en escudada en sus gafas de montura azul. Cuando estuvo más cerca su rostro se dulcificó, y bromeó con que no la habían esperado para empezar. Pablo se levantó para retirarle la silla en un educado gesto caballeresco que Silvia agradeció con una sonrisa. Alzó la mano y le pidió una coronita, con tres ligeros golpes de su pinta sobre la mesa dijo “Estamos todos, que comience pues otra reunión del club, abre la sesión el honorable escritor J.P.”
Julián bebió un trago de cerveza, abrió mucho los ojos y comenzó su descripción. “No sé si recordareis que os conté que había alquilado una de las habitaciones de mi casa a fin de mejorar mi maltrecha economía. Se lo alquilé a un estudiante llamado Gabriel, alto, de gafas con pasta negra, y poco sociable. Ayer estaba repasando los periódicos cuando escuché un ruido parecido al de una explosión que venía de la cocina de casa, donde había dejado a Gabriel. En principio pensé que podía haber sido el gas y corrí hacia ella pensando en lo peor. Al llegar, lo único que encontré fue a mi inquilino tumbado sobre el suelo de la cocina. Todo su pelo estaba blanco, como el de una vieja, pero no había rastro de ninguna explosión ni nada que pudiese haber causado ese sonido. Quise preguntarle pero estaba inconsciente. Llamé a una ambulancia y se lo llevaron al hospital. Cuando entré en su cuarto en busca de la documentación vi que sobre el suelo había dibujado algunos símbolos extraños con pintura plateada. Me entró un escalofrío por el cuerpo, como si alguien me observase por encima de mi hombro, de manera que cogí su cartera que estaba sobre el escritorio, y salí de la habitación. Cuando esta mañana llamé al hospital me dijeron que estaba estable aunque inconsciente y que el pelo blanco podía haberse debido a algún tipo de estrés traumático, pero no pudieron decirme nada más”
Todos se quedaron callados lo que a Julián le pareció una eternidad. Pablo fue el primero en hablar “Tengo un amigo médico, si quieres puedo darte su número y le preguntas cual ha podido ser la causa de lo que nos cuentas” Bebió un sorbo de cerveza, y dijo “aunque suena emocionante”. Alejandro siguió pensativo mirando su pinta de cerveza casi terminada. Se le antojaba que en el fondo podían verse dibujos como en los de los posos del café. Se acordó de Paula y de la imaginación que le echaba a estas cosas. Los demás siguieron hablando pero la mente de Alejandro se alejaba intentando dar forma a la espuma del fondo de la pinta de cerveza. Lo único que pudo imaginar fue a la serpiente del Principito comiéndose un gato.
1 comentario:
Me gustaría formar parte de la continuación de más capítulos de “junto al cabecero de robles” y que entre los dos fundiéramos nuestras ideas y las plasmáramos ¿Qué te parece?... jejeje.
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