Los días que siguieron a la mañana en la que Gabriel tuvo el accidente, estaban llenos de inquietud y preguntas que a las que un escritor solo estaba acostumbrado en sus novelas. Los porqués se acumulaban sin sentido al igual que el presentimiento de lo sobrenatural. Julián llamó un par de veces más al hospital pero siempre obtenía la misma respuesta. Estable y sin cambios.
Poco a poco las cosas volvieron a la normalidad con el extraño sentimiento de que estaba siendo observado. No era nada físico, sólo una sombra apreciada a contra mirada, o el eco lejano de unos pasos en otro lugar de la casa. Nada que tras una llamada a Silvia no razonase con los típicos quejidos de una casa vieja.
Tras una semana esperando mejoría en Gabriel, decidió cerrar su habitación con llave. Los médicos dijeron que nada podía hacerse para que volviese a la consciencia, que solo cabía esperar a que el cuerpo hiciese su parte. Julián se sentía mal. No es que le tuviese un gran aprecio. Como le contó a sus amigos aquel día en el pub, no era una persona sociable, pero cualquier persona con el mínimo resquicio de humanidad se sentiría pena por ese tipo de circunstancias. Al menos es lo que pensaba él. Los intentos de buscar algún familiar fueron infructuosos. Fue a la facultad de letras en busca de información que pudiese ayudar a encontrar a alguna persona conocida que se interesase por él, pero salvo una compañera con la que había hecho algún que otro trabajo de literatura inglesa, no había nadie. Ésta no pudo decirle mucho. Muchacho extraño que no hablaba de su vida, e impermeable a sus intentos de flirteo. Buen trabajador, muy culto y con gustos por el jazz, pero nada útil. En secretaría la única dirección que tenían era la de Julián. Los profesores sólo pudieron completar el perfil con sus notas, y con los estudios preliminares que estaba utilizando en su tesis. Julián fotocopió esos escritos para ver si lograba encontrar alguna pista sobre la procedencia de Gabriel. En el camino de vuelta compró una carpeta que pensaba utilizar para reunir toda la información que pudiese sobre Gabriel. Con un gran rotulador negro escribió en su portada las iniciales del nuevo caso G.B.
Cuando llegó a casa se encontró a un gato siamés esperándolo en la puerta. Aunque no muy amigo de los felinos, la soledad e inquietud de estos últimos días le ablandaron el corazón, y le obligaron a invitar al pobre animal que no dejaba de mirarle con unos profundos ojos azules. Dejó la carpeta en el estudio, y convencido a encontrar alguna información sobre la procedencia de Gabriel, volvió a entrar en su cuarto. Todo estaba como lo había dejado el día del accidente. Los símbolos extraños, los libros, la lámpara, todo seguía en su sitio. El gato entró con él, cosa que agradeció y le dio más confianza. No era amigo de la curiosidad, pero se puso a rebuscar entre las cosas de Gabriel casi como un favor personal. No encontró ni fotos, ni diarios reveladores como le hubiese gustado, pero si algunas cosas que le formaron un perfil distinto de su inquilino. Encontró varios discos compactos de jazz, Monk, Coltrane, Parker y Davis. Encontró varias reproducciones de pintores impresionistas, por las cuales dedujo que Monet debía de ser su pintor favorito. Encontró algunas guías de viaje de Praga, Budapest y Viena, y con ellas algunos mapas de estas ciudades. En uno de ellos encontró varios billetes de tren usados, correspondientes a trayectos entre estas ciudades. Como marcapáginas de una de las guías encontró el resguardo de una tarjeta de embarque de un vuelo a Praga con fecha de hacía más de un año. En los cajones de la mesita de noche no encontró nada especial salvo aspirinas, una libreta vacía con una flor de una amapola seca y el cargador de un móvil. Volvió su mirada a los libros de la estantería, quizás hubiese ahí algo.
Dos horas y trescientos volúmenes más tarde, la frustración ganó la batalla. Nada sabía de Gabriel, salvo que leía, escuchaba o a donde viajaba, pero nada más. Mientras cenaba una ensalada, su imaginación fue completando los datos que necesita conocer. Seguramente era hijo único, huérfano de padre, de una ciudad del norte. Su madre se ganaba la vida dando clases de piano cerca del conservatorio. Jamás tuvo amigos y dedicaba su tiempo a leer y a imaginarse historias que llenaron su cabeza de fantasías. Al terminar el instituto tomó parte del dinero que había dejado su difunto padre y vino a la ciudad a estudiar literatura. Esa decisión causó una ruptura entre su madre y él ya que ella quería que se quedase en su ciudad y estudiase algo de provecho como medicina.
El gato lo miró y Julián le contestó satisfecho que el misterio estaba resuelto. Gabriel debía ser una persona corriente con una vida como la cualquiera que no tiene grandes dones sociales ni se encadena demasiado a los recuerdos.
No tardó en tomar un baño, ya algo más tranquilo por la reconstrucción que había hecho de la vida de su inquilino. Al baño le siguió la cama, y a ésta el sueño, y al sueño el ronroneo de un gato que dormía escuchando las olas del mar junto al cabecero de la cama.
1 comentario:
Lo dicho que me esta enganchando la historia y me gustaría compartir contigo mis ideas a ver que te parecen y si te gustan tu las adornas con palabras bonitas.
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