jueves, 19 de julio de 2007

Entre siesta y siesta

Ayer Ana me despertó de la siesta. Llegó intranquila. Comenzó con un suspiro, y al poco me dijo que lo había dejado con Paco. La siguiente hora fue una enumeración de las más de veinte razones por las cuales había cortado con su novio. A cada una de ellas yo la miraba con mis ojos tristes como si realmente la comprendiese, pero no era así. Era incapaz de sentir su dolor y su desengaño. A la hora florecieron las lágrimas y los llantos. Los reproches dieron paso a la autocompasión mientras el agua de sus ojos corría libremente. Le toqué la mano y ella dijo lo que quería escuchar. Que todo cambiaría. Que mañana él se presentaría ante su puerta pidiendo perdón, suplicando una nueva oportunidad. Pero sabía que no era así, que él esperaba esa excusa como agua de mayo para no azotar a su conciencia con el látigo de su infidelidad. Terminó el café y se sentó en el sillón. Intentó hablar de otra cosa, del trabajo o de mis problemas con el perro del vecino pero inevitablemente volvía a lo mismo, a las razones por la que había terminado con Paco y de lo sola que se sentía ahora. Yo, algo cansado, me mostré algo más cariñoso, pero de nuevo se echó a llorar mientras me decía que como iba a llenar ese hueco en la cama. Me acerqué mucho más a ella y olí el fantático champú de fresas que impregnaba su pelo castaño. Me abrazó durante lo que me pareció una eternidad hasta que sonó el teléfono. Se sonó la nariz y descolgó el auricular, para cinco minutos más tarde despedirse por la puerta con un sonoro beso.

Ayer vino Ana a hablar conmigo. Cuando llegó rebosaba alegría. Me habló de Julio. De sus manos, de sus ojos y de cómo se le pasaba el tiempo junto a él. Durante la charla su sonrisa iluminaba la habitación. Era incapaz de hablar más de cinco palabras sin que se le despertase la risa floja. Las virtudes dieron lugar a los planes de futuro. Se iba a vivir con él en varias semanas. Me dijo que que estaba viviendo algo fantático y de que daba la impresión de que todo iba a ir estupendamente. Su viaje a Italia y su mudanza a la casa de él. Nuestro encuentro no duró mucho, ya que tenía que ir a comprar una cama, decía que la de él era muy pequeña para los dos. Me volvió a abrazar y le desee suerte con un ronroneo. La vi alejarse como varios meses antes, ajena a sus recuerdos, con esperanza y emoción mientras no dejaba de pensar en lo curioso que eran los seres humanos siempre pensando en el pasado o en el futuro. Pronto mi pensamiento cambió por uno más interesante, un sillón y el sol estival lejos de los ruídos de ese desagradable chucho.

2 comentarios:

Kandela dijo...

Es cierto, algunas personas son un poco así: la memoria humana es como la del pez, tarda poco en olvidar y sigue dando vueltas en la pecera como si de un nuevo viaje hacia lo desconocido se tratase.
Caray, para ser de ciencias...

Alice dijo...

Al leer esta historia se me ha venido a la cabeza las charlas que solías tener con tu amiga R. ¿O no es así?