miércoles, 11 de marzo de 2015

Evitable


La conversación se fue haciendo cada vez más pesada y mis pensamientos solo se centraban en que quería salir de allí y buscar un bar para tomarme una cerveza. Pensaba que no tiene mucho sentido dialogar con quien no escucha, bien porque no quiere, bien porque no puede. Volvía una y otra vez al mismo argumento que justificaba su acción. Me decía que no había otra manera, que tarde o temprano tenía que pasar porque esas cosas pasan y que había que aceptarlo. Asumirlo. Como si fuese fácil, como sino hubiese alternativas. Pienso que siempre las hay, no sé, siempre puedes intentar parar la agresión, gritar, saltar, morder, pelear o llamar la atención, pero quedarse mirando no debe ser una opción. Pero la fue para él, y de nuevo se justificaba. Volvió a contarme la historia desde el principio, como si yo no la hubiese escuchado antes.
Caminaba por la calle, era tarde y no había mucha gente, solo los que volvían a casa después de una noche de marcha cansados y borrachos, solos y alguno acompañado. Y entonces los vio. Era una pareja joven. El no tendría más de treinta. Ella probablemente un par menos, pero era difícil de precisar en la oscuridad. Discutían. El la agarró del brazo, un brazo delgado mientras le decía que no podía irse, que tenían que arreglar lo suyo. Ella le dijo que no que no había nada que arreglar, que se había acabado,  que estaba cansada de sus dramas y soltó su brazo con un movimiento rápido. Ella parecía que había llorado. El maquillaje había corrido hacia sus mejillas. El, un palmo más alto que ella la empujó hacia la pared con un gesto violento del que ella intento escapar sin mucho éxito. Ella gritó y me miró. Me gritó. Y no pude hacer nada. No tengo muy claro que pensé. No se si fue cobardía, o que simplemente no iba conmigo. Ella intento escapar y el volvió a empujarla contra la pared, esta vez con más violencia de manera que pude escuchar el impacto del cuerpo menudo de ella. Ella volvió a gritar, pero no puedo recordar lo que dijo. Su cara mostraba miedo y rabia. Quizás miedo hacia él, y rabia hacia mi porque no hacía nada, o quizás rabia hacia él y miedo hacía mi porque no hacía nada. Porque otro ser humano no paraba esa agresión. Porque miraba mientras su cuerpo chocaba contra la pared sin que una palabra saliese de mi boca. Y entonces ocurrió. Rápido. El metió la mano derecha en el bolsillo de su chaqueta y sacó una pequeña navaja no más grande que un bolígrafo. Ella volvió a gritar diciéndole que la dejase tranquila, levantando las manos en actitud defensiva. Pero él apartó sus manos con un manotazo de su mano izquierda y movió su mano derecha hacia ella. No pude ver la navaja, pero el rostro de ella se contrajo con dolor. El soltó la navaja y corrió calle abajo mientras ella se desplomaba en el suelo, y yo seguía parado, mirando como un espectador ajeno a lo que ocurría.

Volví a escuchar la historia lleno de rabia pensando que se podía haber evitado, desde el principio, en medio o al final, pero se podía haber evitado. El siguió diciendo que son cosas que pasan, que hubiese arriesgado su vida. Su cara me pareció la cara de un hipócrita, de un cobarde. Una cara que tendría que mirar todos los días cada vez que me mirase en el espejo.

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